BIOGRAFIA DE LA SOLEDAD

BIOGRAFIA DE LA SOLEDAD
Entonces eras como una ola marina
de encrespados senos de arrecifes;
muchacha azul
que en el agua blanca del espejo
peinaba las sombras del espanto
de mares volcados hacia dentro
de tus montañas de peces
en luna nueva. Ibas por el mundo
con la vida resumida
bajo tus tacos de huellas clandestinas,
cual trino de alas
por los bosques sin sequías de los sueños.
Quien vivía hasta morir
por tu canción de primavera
había nacido para columbrar
las fronteras del olvido
en tu corazón abonado por la eternidad,
como los niños colores del alba
hurtados en tus ojos llenos de esperanzas.
Quienes sobrecogieron su corazón
en los arenales solitarios
de tus manos prosiguieron tras la voz
de sirena de la distancia
que al final del horizonte
empieza a ser salina llanura de soledades.
Sus vigores sacrificados
como corderos del insomnio
pudieron haber escrito
sobre tu piel de roca
sus nombres de dioses inconclusos,
y ser contigo un cielo de palmeras
en las sabanas de tus ojos de ámbar salvaje,
unidos en la raíz
aunque separados al viento
que ató la belleza al retiro del mundo.
La soledad entonces estaba en todos.
En todos la soledad. Mas
si en tu érase de palomas yo hubiera
sido este encendido lirio que soy
te hubiera hecho reinar
sobre el magnánimo retiro
a que me induce hoy la soledad,
flor de cactus que a pocos se ofrece
sin su sangrante mundo de púas asesinas,
autopista de arbóreas aves
que nos aupan
desde las ligeras ventanillas de la nada.
El mar continúa encabritado
con sus chasquidos de olas
y cangrejos en exilio,
las cabelleras de infinitas espumas
hácense más eternas al pié del mediodía
en tinieblas, y una gaviota piensa
que anoche la luna estaba tan nueva
(y tan delgada de tan nueva)
que ella pudo haberla ensartado
en los ojos de garzos de tus pestañas
de aguja. Tú eras la princesa
que el tiempo genera con tu fuerza
centrípeta. Nadie nunca supo entonces
verte siendo la misma soledad
al final de los días de todos.
Y no supieron saber cuánto sentían,
y la posesión de tu majestuoso cuerpo
de ébano retenido en la diáfana cotidianidad
del más variado escritorio
de mármol del mundo,
era el maximun de la gloria,
tremendium delirium del erotismo,
y no esta ánfora en hastío de la aurora,
ni esta soledad que hoy vos
podríais calificar
de perra, pero que os recuerda
en el edulcarado espejo
de tu cristalina fuente de amor,
muchacha azul, que entonces eras
aquella ola marina
de encrespados senos de arrecifes,
adorados por mil dioses de piedras
que hoy son estatuas
de espantadas manos extendidas
sobre tu gran pechuga de paloma
que regresa con la lluvia de besos
de todas las soledades.
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