Blogia
abrahammendezvargascom

LA PASION POETICA DE JULIO CUEVAS

LA PASION POETICA DE JULIO CUEVAS

 

 

 

 

La Pasión Poética de Julio Cuevas

 

 

 

Por:

 

Abraham Méndez-Vargas

 

 

 

Del acontecer cultural de Neiba, la patria chica mía, justo con Los Ríos donde fui maestro de mecanografía y archivo, así como de San Pedro de Macorís donde terminé  mis estudios de Derecho, siempre estoy completamente enterado.  No importa cuán ausentes estemos de la tierra que nos vio nacer, si como el narrador y poeta Norvo Antonio Pérez volvemos, cuarenta años después, con un libro que como El Hijo del Yanqui, después de haber consumado una exitosa carreraza militar; o como Dr. Ariel Acosta Cuevas, con su amoroso libro Neyba Tierra de Historia y Poesía, después de una ausencia aun más espaciosa, vuelven  a la tierra de origen a devolver aquello que se llevaron con lágrimas en los ojos. La historia cuenta que Apolinar Perdomo no tuvo esa dicha; y que Angel Hernández Acosta no quiso el éxito que le esperaba en otras tierras por permanecer anclado en el amoroso recuerdo de su madre Luciana.

 

La verdad es que los poetas de Neiba, se conocen hoy menos que antes, aunque ahora son más. Ahora los diarios y revistas de circulación nacional no tienen esos suplementos que antes hicieron grande a Perdomo Sosa y a Hernández Acosta, aunque ambos murieron sin haber publicado un libro de versos. Un día habrá que un paralelismo entre el autor de Cantos de Apolo y el autor de Otra vez la noche. Quiero decir empero que en Azua y en otras tierras de poetas, donde los neibanos eran famosísimos en otros tiempos, no se conocen los nombres de Julio Cuevas, Eddy Mateo Vásquez, Fernando Fernández o de Oscar Acosta, incluso el mío. El internet está disipando esas tinieblas, especialmente Neyba.rd.com, que administra el distinguido escritor J. Vicente Ruiz, neibero por adopción y su amor al sur sur como el que más.

 

Ha quedado demostrado al través del tiempo que, al igual que Azua y Barahona, por sólo mencionar dos tierras de leyendas, Neiba es una tierra de poetas. Apolinar Perdomo, que nació en el 1882, Neiba obtuvo un puesto cimero en el parnaso nacional, a la altura de Fabio Fiallo, como poetas del amor. Luego, con el nacimiento de Angel Hernández Acosta, en el año de 1922, en Las Damas, hoy Duvergé, nuestra tierra mantiene ese puesto. Armando Sosa Leyba fue más poeta como prosista, tal como se evidencia de la lectura de Historia Emocional de Neyba, pero los poemas que conocemos de Sosa Leyba, que era sobrino de Apolinar Perdomo, no tiene el lirismo de aquellos dos grandes poetas, sino más bien una tendencia hacia la rebeldía social, tal como se puede apreciar de los poemas de Armandito Sosa Leyba incluido en la Antología Literaria de Neyba, del poeta, sociólogo e historiador Mateo Vásquez.

 

Dentro de los poetas calificados de la generación perdida, que es la generación del o los 80s, hay poetas como Julio Cuevas y Angel Gonzaga Peña que no aparecen en la referida Antología Literaria, como tampoco en la Antología de Escritores y Poetas de la Provincia de Bahoruco, compilada por Juan Solano Pérez Ferreras, también narrador e historiador nativo de Neiba. Estos dos poetas me llaman poderosamente la atención, porque se encuentra en el extremo uno del otro: Julio Cuevas es un poeta de corte social, revolucionario, ateo, criollista encendido; y Gonzaga Peña es un poeta cristiano, de corte informalista; pero, en sus posiciones intrínsecas, ambos son verticales, pero comparten la pasión por la poesía, la pasión por la tierra de sus antepasados y ambos ponen en alto, cada uno por su lado, el nombre de Neiba, con sus obras que el último edita en forma de opúsculos muy humildes y que vende por esos caminos de Dios, sin la ayuda de nadie.  

 

Por eso estoy escribiendo sobre lo que he llamado la pasión poética del autor de Los cantos del hierofante, uno de los grandes poetas actuales, de la generación del 80, radicado desde que terminó el bachillerato en la ciudad capital, y una de las voces representativas dentro del contextos de los poetas del mundo.com.

 

Hay un temblor telúrico en la poesía de Cuevas. En él la exaltación del “yo”, al cual endiosa con “d” mayúscula, llamándose Dios, o sea, que Dios es hombre, no es sólo una prueba de su ateísmo que viene desde Nietzsche y su intuicionismo irracionalista muy propio de la poesía que se inspira teniendo como estandarte esa corriente filosófica.  En verdad, esa exaltación del “yo”, por primera vez en la poesía escrita por un neibero, constituye la liberación del complejo de inferioridad del hombre isleño y, por qué no, del hombre de provincia, y en gran parte como un “yo” universal que rompe fronteras y murallas, desde la perspectiva de su teoría poética, que como dijimos es materialista, matizada claro está con un erotismo descarnado que pone en evidencia la liberación sexual que recorrió al mundo de canto a canto en la década del 1980.

 

Dentro del contexto de la poesía caribeña actual y su psicología, la poética de Julio Cuevas encaja plena y adecuadamente dentro de una poesía rebelde, de rebelde social, pero que tiene el nuevo paradigma, la poética del pensar, del grupo del Taller Cesar Vallejo, en la ciudad capital, capitaneado por el laureado poeta José Mármol. A diferencia de Mármol, que se conecta con La Poesía Sorprendida vía la poética de Antonio Fernández Spencer, empero, Julio Cuevas afina reivindica la clásica factura de don Pedro Mir y de Víctor Villegas, o sea, al través de su adhesión a la poesía social de la generación del 48, todo lo cual lo hace único dentro de la generación del 80, pues más bien parecen un poeta tardío de la generación de posguerra, pues publicó su primer libro, Epistolario del Crepúsculo, en el año de 1973, de ahí que el poeta neibero pasa a ser el primero de los integrantes del Taller Cesar Vallejo en haber publicado un libro de poemas.  Quiero decir, además, que la poesía caribeña de hoy día prefiere llamarle poema no a un texto tradicional, sino al fragmento con viso antropológico. En cambio, los poemas de Julio Cuevas son textos completos, tienen principio, medio y fin, como evidencia la tradición. Igualmente, en su fuerza vital, como parte de la nueva sensibilidad que aporta esta generación del 80, aun en crecimiento escriptual.

 

Los cantos del hierofante, de Julio Cuevas, están dedicados “de manera irreverente a Griogori Iefimovich Rasputin, bajo la consigna de que el amor purifica los sentidos”.  En efecto, la irreverencia es parte de la psicología de la pasión poética de hoy, entre los nuevos poetas ateas del mundo. Hay en ellos, tal como lo demuestra Antonio Manuel Brito O., una lluvia de imágenes, afirmaciones del poeta, como esas de que “yo soy la carne”, ¡YO soy el discurso que florece en tus labios”, “Yo soy el hierofante”, “yo soy un Dios especial”, “Yo soy el Dios de los disidentes”, “Yo soy el Dios del todo y de la nada, Soy el Ser que siempre Es y cuando me entrego al memorial de tus caricias se eterniza el aura de mis versos mundanales”.

 

Es indudable; la poesía lúdica, poesía de amor pasional efímero las más de las veces, de gran impacto en las calles y el ruido de las ciudades,  de un amor sin sentido verdadero que sólo viene a purificar los sentidos, si se resuelven las urgencias masculinas y, por qué no, también, femeninas, en los versos de Julio Cuevas tienden a eternizar “el aura” de sus “versos mundanales”. Esa es la naturaleza de su pasión poética. De sus primeros tiempos, hay poemas que aparecen detrás de Los cantos del hierofante, como  Elegía a Cástula Cuevas, que me era su abuela y creo madre de crianza; también aparecen otros poemas de otros tiempos: El hombre, Invitación, Poemas para la intimidad y el deseo, A tu mirada en silencio, Te esperaré, El poema de la entrega, Desahogo, Poema de la cita, Por tener toda, poemas todos que no son fragmentos como los puestos en moda por la generación del 80 en Latinoamérica, especialmente en Cuba, donde cualquier estrofa es un poema. Son poemas que resultan completos y complejos en sí mismo, al igual que Los cantos del hierofante, pura exaltación del erotismo, del hedonismo, del goce carnal sin meaculpa, a través de un encuentro amoroso que purifica los sentidos, no precisamente su alma, en cuya existencia, quizás, no cree entonces.

 

En su pasión poética, Julio Cuevas dista mucho de la poesía amorosa de Apolinar Perdomo Sosa, así como de la de Angel A. Hernández Acosta, pero éstos son poetas de la forma y aquél del modernistas, empero Julio Cuevas busca la poesía en la expresión de la denuncia social… y el amor viene a ser también un fenómeno social que debe gozar, y goza, de la liberación sexual, como parte de los cambios sociales del mundo de hoy. Para Julio Cuevas el amor que trasciende los sentidos es aquél que consigue su purificación en la entrega mecánica de los cuerpos. No precisamente amor que purifica el alma, y este es, el meollo de su pasión poética.

 

Barahona, R. D.;

1 de julio, 2008.

 

 

0 comentarios