LA POESIA PATRIOTICA del poeta ANGEL A. HERNANDEZ ACOSTA (QUINITO)
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LA POESIA PATRIOTICA del poeta ANGEL ATILA HERNANDEZ ACOSTA (QUINITO)
Por.
ABRAHAM MENDEZ V.
Don Mariano Lebrón Saviñón, en el Prólogo que escribió para la Antología Poética Duartista, de Julio Jaime Julia (Editora TALLER, 1976, Santo Domingo, D.N., 106 páginas), en un sustancioso parrafito dice lo siguiente: “Ángel Hernández Acosta con Triángulo a Juan Pablo Duarte y Georgilio Mella Chavier, con Duarte en Los Llanos, incursionan, con fortuna, por los predios de la poesía patriótica” (p.19).
Verdad es que incursionó, con fortuna, por los predios de la poesía patriótica. Ángel Atila Hernández Acosta, quien, al igual que Apolinar Perdomo, el autor de Cantos de Apolo, con su Canto a la Patria, dejó constancia escrita del profundo sentimiento patriótico que animó sus vidas, aun dentro de la poesía que más abundantemente cultivaron, la poesía amatoria. Hernández Acosta lo hizo, con cierto pesimismo panteísta matizado con la fe cristiana, y Perdomo, con arrebatado erotismo y con aire abiertamente democrático y optimista, y metafísica con ribetes místicos.
En Triángulo Simple a Juan Pablo Duarte, tres hermosos sonetos a los cuales Mariano Lebrón Saviñón en el referito Prólogo omiten el término “simple”, no sólo para romper con el complejo del hombre de provincia, sino que lo consideró, a decir por la frase elogiosa que le dedica, que “Triángulo...” es uno de los mejores poemas que aparecen en la Antología Poética Duartista. De la misma opinión, como veremos después, es Pedro Troncoso Sánchez.
En el primer soneto de “Triángulo a Juan Pablo Duarte, Ángel Atila Hernández Acosta deja sentado no sólo que la creencia de Juan Pablo Duarte en Dios se debía a que de Dios le había venido su vocación de libertad y sacrificio por la Nación invadida por la vecina Nación, Haití; sino que Hernández Acosta también logra aprehender una verdad inequívoca: que “el día en que no hubo pan y vino, la Patria levantó tu pensamiento”. Es decir, que el ideario de Duarte fue, es y será siempre la aspiración básica de la Patria amante de la democracia, de la libertad y de la igualdad, aun en los momentos más aciagos, y desde ese ideario básico reencausará en todo tiempo, levantándolos, por los heroicos caminos del progreso general del pueblo dominicano. Pues, como dice en el primer soneto de Triángulo. :
-I-
Creíste en Dios porque de Dios te vino
como lluvia de luz al sentimiento,
el don de consolar, el don divino
de saldar con amor el sufrimiento.
Creíste en Dios, y Dios fue tu camino,
el plato azul de todo tu sustento,
y el día en que no hubo pan y vino,
la Patria levantó tu pensamiento.
¡Cuántas veces el cielo vino a verte
modelar en la arcilla de tu alma
un ¡Patria y Libertad!, con tanta suerte,
que cuando dijo Dios : Amén, la calma
vino a tu corazón para ofrecerte
un horizonte de laurel y palmas.
En el segundo soneto del “Triángulo a Juan Pablo Duarte, el poeta Hernández Acosta endiosa a Duarte, dándole una dimensión mesiánica, como siempre ha hecho el fervor patriótico dominicano; y el sentido divino del Verbo, que en el principio estaba con Dios y era Dios, es humanizado en “Triángulo... ”, diciendo a Duarte “aquel Verbo tuyo, que temprano puso calor de fe sobre la nieve”.
En los tercetos de este segundo soneto de Triángulo a Juan Pablo Duarte, de Ángel Atila Hernández Acosta, el nacimiento de la Patria, su Libertad, figura la llegada de “la luz de un nuevo día cubriendo las de ayer sombras agrestes”, en evidente alusión al Oeste, omitido en el primer terceto, donde Duarte dice la Liberta de Norte a Sur, y oye el Este. Así, pues, el Oeste no es sino la República de Haití, las ayer sombras agrestes la dominación que durante 22 años tuvieron sobre la parte Este de la Isla de Santo Domingo, y cuyas cenizas emergió la Independencia Nacional.
-II-
Incienso y mirra tienes ya en las manos
para que el humo azul al cielo lleve
aquel Verbo tuyo, que temprano
puso calor de fe sobre la nieve.
Es que das gracias porque ahora cabe
decirle al mundo entero : Patria tengo,
porque si libre fui de donde vengo,
libre debo morir como las aves.
Vivan la Libertad, la Patria mía,
dices de Norte a Sur, y oye el Este
canto de redención que en armonía
pone lo terrenal con lo celeste,
y así llega la luz de un nuevo día
cubriendo las de ayer sombras agrestes.
Aquel Verbo de Duarte, ya con incienso y mirras en las manos, predica la Libertad de Norte a Sur, “y oye el Este”. ¿Qué oye el Este? Un “canto de redención que en armonía pone lo terrenal con lo celeste”. Ciertamente, como bien es sabido, el mundo sólo existen dos grandes poderes: el espiritual, representado por la Iglesia, y el material, representado por los poderes seculares de la tierra, el Estado, y éste no tienen fin en sí mismo, sino reconocer los derechos inherentes de la personalidad humana, y hacer posible en la tierra la justicia divina, armonizando lo terrenal con lo celestial. Este terceto ingenioso habla por sí mismo de la profesión de fe del poeta, ¿no?
En el tercer soneto, el poeta Quinito Hernández Acosta vuelve a ligar el pensamiento oriental con la fe cristiana, en forma inconsciente, sin embargo. Como hemos visto, parece no dudar de la inmortalidad del alma, según la salvación ofrecida por Cristo, y reafirma tal creencia del Oriente Antiguo en el sentido de que “la muerte era el fin total de la persona humana”, cuando dice a Duarte que “Dios, Patria y Libertad”, son “los tres caminos que parten desde ti y en ti terminan”, en evidente contraste con el primer cuartero del “Triángulo a Juan Pablo Duarte. Aristóteles, si mal no recuerdo, en su Política, la igualdad, la Libertad, son principios básicos de la democracia. La Libertad, por tanto, no termina en Duarte como tampoco comienza con Duarte, mucho menos la Patria ni Dios, que Dios es la fuente generadora de todo bien, y por tanto de la Libertad y de la Patria.
Sin embargo, si en el segundo cuartero del tercer soneto y último a Duarte, el poeta Hernández Acosta hace aleluya al patriotismo puro que todo demócrata ve encerrado en el escudo nacional: Dios, Patria y Libertad, en cambio, en los dos terceros finales, pone en forma maravillosa el ejemplo de Duarte como paradigma inmortal ante los niños del pueblo dominicano, precisamente a la hora de izar la bandera nacional, mientras cantan el himno nacional antes de clases en las escuelas. Es el punto culminante y más ingenioso del Triángulo a Juan Pablo Duarte. Veámoslo:
-III-
Dios, Patria y Libertad, los tres caminos
que parten desde ti y en ti terminan,
simientes que en amor siempre germinan
a las puertas en par de tu destino.
Dios, Patria y Libertad... ¡oh cristalino
manantial de palomas que se empinan,
en el asta por donde se encaminan
la estrella singular, el verde trino!...
Por ti, JUAN PABLO DUARTE, canta el viento:
Dios, Patria y Libertad, en primavera,
y queda el dulce niño tan contento
cuando mira la imagen que venera,
como un astro de paz, tomar asiento,
sobre un bosque de escudos y banderas.
El niño dominicano venera la imagen de Duarte desde el hogar, desde la escuela, y la bandera nacional figura entre el concierto de las naciones del mundo. Hermoso final. En fin, Triángulo a Juan Pablo Duarte es poema algo místico. Aunque no hace acopio de los tambores de los poemas patrióticos, es más que un simple homenaje al Padre de la Patria, por un hijo de la tierra en donde se dio el Bautismo de Sangre de la Independencia, después de proclamada la misma. Tampoco “Triángulo... ” se queda en el modernismo tradicional, es de factura romántica, donde lo natural forma parte de la vida, como un cristalino manantial de palomas, o como el viento que canta Dios, Patria y Libertad en primavera., amén ser esta una frase dicha por primera vez por un neibano, Tomás Bobadilla I Briones.
En efecto, a diferencia del Duarte, de Joaquín Balaguer en Galería Heróica (1994), o que el también soneto “A Duarte”, del propio Balaguer (Voz Silente, 1995), cuya quintaesencia se aprehende inclinando uno el corazón como cuando vamos a misa, vemos que se testimonia a Duarte que “Cada día es más grande tu estatura, mientras todo, en tu Patria se envilece”; en cambio, en Ángel Atila Hernández Acosta los sonetos a Juan Pablo Duarte tienen de la delicadeza de la cáscara de una cereza bien madura y el decir ingenioso de un niño confiado y encantador.
Ciertamente, como ha observado Don Lebrón Saviñón, Quinito Hernández incursionó, con fortuna, por los predios de la poesía patriótica. Otras poesías suyas, como son los ocho sonetos de Las hojas caídas y el poema Grito en la ribera de una sombra, constituyen otras piezas patrióticas singulares. En fin, en Triángulo Simple a Juan Pablo Duarte, al igual que en las páginas finales de la novela Carnavá, su mejor obra, aparece la imagen de un niño que asimila la lección de la historia que se acaba de contar, coincidiendo con la visión de los niños que se acercaron a Cristo, porque son los dueños del reino de los cielos, al igual que lo hizo en Barahona el narrador y filósofo autodidacto fenecido don Angel Augusto Suero Ramirez (Negro Suero), autor de las novelas Juan del Campo y Norte y Sur, pusieron el genio impreso en sus obras en manos de los niños que todavía no habían visto la luz del mundo, a fin de que ellos, definitivamente, cosechen su canto de amor, igual que hacen con la bandera antes de ir a clases matutinas: una balanza de paz sobre las alas del corazón de la bien amada Patria, libre desde donde vino como las aves.
Al igual que Grito en la ribera de una sombra, y el Triangulo a Juan Pablo Duarte, de Angel Hernández Acosta, este poeta escribió un Canto a Neiba que en honor a la verdad, aun se trate de “la patria chica” es ejemplo digno de su acendrado patriotismo. Canto a Neiba fue publicado por su autor en literatura de El Sol, una columna cuyo encargado era el también poeta neibero Julio Cuevas, en la edición del sábado 24 de Agosto del 1985, página 9, precisamente con motivo del día del santo Patrón de Santa Cruz de Neiba. Veamos el Canto a Neiba.
Canto a Neiba
Por:
Angel Hernández Acosta.
Como un incendio de amorosos lirios
llega mi canto a tu mansión gloriosa.
Tu casa es el laurel, la palma erguida
que en inmortales luchas
por nuestra independencia,
ganaste aquella vez, cuando la historia
bendijo tu epopeya,
al encender el foro de tu nombre.
Mi canto llega en el preciso instante
en que el metal de tus campanas suena,
y un humo pasional
de levantado incienso
vertical hacia Dios desencadenas.
Traigo en tu voz los cardinales verdes
de un himno esperanzado,
y este indecible afán de suponerte
sostenida en el ancla de una estrella,
para darte, mi Neiba, el alfabeto
de acrecentado amor
que desde el corazón al alma llega.
Traigo, oh Neiba, la temperatura
sinfónica del pájaro,
flotante rumor con que la brisa
sacude en la mañana
los fúlgidos pañales de la aurora,
y esta piedad de húmedas palomas
que en mi pecho se enhiestan jubilosas.
Traigo, amorosísimo solar
de escudos espartanos:
esta palabra nueva que te nombra
allí, sonoramente,
donde la luz audaz del pensamiento
te encuentran a cada instante ir gozosa
de manos con la gloria.
-II-
Si cuando aconteciste bajo el sol,
el destino te hubiera preferido,
ha tiempo tu presencia hubiera estado
dondequiera que el canto y la alabanza
sus alas desataran,
y tu heroico historial fuera una llama,
siempre rumbo a lo azul, siempre encendida.
Tu nombre fuera un mástil sosteniendo
una festiva ruta de banderas,
y aquel metal de la aquilina espada
que lanzaste en tempestades de destellos
desde la antigua Fuente del Rodeo
hasta allí donde cantan Las Marías,
sonora como himno permanente.
Pero he aquí que un día
los hombre te dejaron solitaria,
sin más mansión que tu silencio,
sin más canción triunfal que tu palabra
–valiente en La Caleta y Postrer Río-
y la epopeya perennal que guardas
en tu feliz laurel cambronalero.
Un eco no venía hacia el encuentro
con la herida verdad de tu reclamo,
y allí donde sembrabas tu simiente
de amor y de esperanza
sólo la espiga del dolor hallabas.
-III-
en la apretada urbanidad silente
en la senil resignación que ataba
tus casas a la pena;
en la alta bayahonda que escoltaba
por cactus y guazábaras,
venía decidida a humedecer
con sangre tu costado;
en la calma del asno indiferente;
en la vereda blanca
que ardía en soledades implacables,
y en el paisaje triste en que se hundían
del sol los mil cuchillos.
Grito en la ribera de una sombra, que apareció por primera vez en los números 78/79 de Febrero/Marzo de 1950, de Cuadernos Dominicanos de Cultura, bajo el título común de Poetas Jóvenes Dominicanos, Selección, con Nota Crítica de Pedro René Contín Aybar, con poemas de Rafael Lara Cintrón, Máximo Avilés Blonda, Vispéride Hugo, Víctor M. Vellegas, Rafael González Tirado, Bienvenido Díaz Castillo, Abel Fernández Mejía, Lupo Hernández Rueda, Enriquillo Rojas Abreu, Rafael Valera Benítez y Angel Hernández Acosta. Junto a Grito en la ribera de una sombra apareció el poema del mismo autor, titulado Seguridad del Viaje, que evidencia el miedo del Angel Hernández Acosta de que pudiera haber represión por el Grito... Veamos.
Era cuando el alba crecía en mis arterias,
cuando no había en el huerto
luceros desangrados
ni germinadas sombras.
Era cuando la voz tenía aquel temblor
de aguas inocentes,
y no sabía que el mar es el destino de la alondra.
Retorno de tu luz, fiesta
de auroras en la playa dormida de mis manos, velero del amor
y la incendiada ausencia.
Fui a tu ribera por la sal que me crea
(constantemente,
pero la lluvia me dejó un meridiano de cenizas.
Y andar así, con la lumbre sollozando
y la primavera estrangulada en la soledad del
(pecho.
Mas el corazón te llama a la cosecha en su
(muerte detenida.
Y el poema que sirve de reverso al Grito en la ribera de una sombra, es la Seguridad del Viaje, pues entraña cierto temor de su autor a causa de los efectos que tendría aquel grito en la ribera de la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo M.
Seguridad del Viaje
Por:
Angel Hernández Acosta.
Yo sé que cuando
muera esta mañana enferma
se alargará mi voz,
y portaré en los labios
un ruiseñor quebrando
sus alas y sus cantos.
Mas no debo querer
que suenen las campanas para velar mi sueño;
si tengo junto al cruce de amanecidos
rumbos sollozos
que un día fueron ribera de mi canto.
He ido muchas veces por las aguas del río
para lavarme dentro,
y he caminado siempre
por todos los rincones donde la rosa habita.
También he penetrado el escondido fondo
de todas las alondras,
y hasta la tranquila
palabra que pretende decirme Tu mensaje.
Pero cierto que no estoy preparado para el viaje.
Hay una pesada humedad sobre mis alas
y es muy niña todavía
esta brisa que me ofrece sus caminos verticales.
Viajar, viajar...
Pero sin esta suciedad de nombre,
sin la vana palabra que germinó mentira,
sin esta latitud de sombras
pobladas de las cosas que no comprende
(el hombre.
Quiero viajar cuando mis manos, crecidas de
(cristales,
puedan asir las nubes,
cuando se torne luz mi descarnada rosa
y Amor ocupe el hueco de mi delgada voz.
Entonces, Campanero,
que suene el bronce eterno
allá en el campanario.
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