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OSCAR ACOSTA, POETA NATURAL

OSCAR ACOSTA, POETA NATURAL

OSCAR ACOSTA, POETA NATURAL

 

 

Por:

 

Abraham Méndez Vargas

 

“Los peluches, la niña y la ciudad”, poemario del neibano Oscar Acosta Pérez, vienen a confirmar una vez más no sólo que su es un poeta natural por antonomasia, sino también que el histórico pueblo de Neiba, que es la común cabecera de la provincia Bahoruco, es una tierra de poetas por excelencia. La calidad de la obra de poetas como Apolinar Perdomo y Julio Cuevas, así como de narradores de la talla Angel A. Hernández Acosta y Norvo Antonio Pérez, por sólo mencionar unos cuantos y no peque por omisión, lo confirman.

 

Cuando releemos más de una vez un poemario como este de Oscar Acosta, Los peluches, la niña y la ciudad, es porque estamos frente a un talento creador que ha trascendido lo puramente regional, ya ha pasado a formar parte del concierto de voces representativas de la lírica de lo que ha sido llamado la provincia nacional.

 

En efecto, la generación del 80, que se auto califica en la voz del eximio poeta José Mármol, su más alta flecha de impulsión a decir de algunos de los nuevos caníbales caribeños, se califica como una poética del pensar, cuya teoría debemos estudiarla con atención, y Oscar Acosta, mientras estudiaba en la ciudad capital en la UASD, formó parte del taller literario César Vallejo, al igual que Julio Cuevas, de la misma manera que Quinito Hernández Acosta se vinculó a la generación del 48.

 

Para ser sincero, confieso que siempre me gustó más la poesía de Oscar Acosta en sus primeros tiempos, pues, al igual que Apolinar Perdomo, es un poeta natural por antonomasia, y las influencias, si son muy fuertes, pueden restarle algo de esa pasión que convierte en cenizas todo cuanto su genio toca con su llama transformadora. En Neiba, a su regreso de la ciudad capital, Acosta formó el grupo Literario Guayacán, con una ideología a fin a la del Cesar Vallejo en Santo Domingo.

 

Nuestra amistad siempre ha permanecido inalterable, aun después que Acosta y una hermana mía terminaran sus amoríos ágapes que databan de unos cinco años.  La poesía nos unía, y nos bastaba. Luego la vida es trabajar por la familia, y se rompió la taza. Una misma pasión, aunque por caminos diferentes, nos hermana.  Aquellos viejos tiempos, cuando nos reuníamos bajo los altos árboles umbríos del patio de su casa o en la de mamá o en la biblioteca circular Apolinar Perdomo, o en el patio de la parroquia San Bartolomé, habian pasado.

 

La poética  del pensar define, pues, la teoría implícita en el lenguaje del poema “Los peluches, la niña y la ciudad”. La poética del pensar “se fundamenta en el predominio del pensamiento sobre la emoción, del concepto sobre la imagen”., según el tomo 6, pag. 118, de la Enciclopedia Ilustrada de la República Dominicana. 

 

La Enciclopedia Ilustrada susodicha, dice además lo siguiente: “Un detalle interesante en los poetas de esta generación es que son coetáneos. La mayoría nació entre 1957 y 1960. Comparte una misma poética, lecturas comunes, una visión de mundo y una concepción similar del poema.  Con esa generación se inaugura una nueva sensibilidad estética, fundadora de una ruptura temática, experimental y formal en la tradición poética dominicana.  Han sometido al escalpelo el lenguaje poético de sus precursores, rescatando sus aciertos y criticando lo que definen como desaciertos estéticos. La mayor crítica la ejercieron contra la generación inmediatamente anterior: la de posguerra o joven poesía.

 

Mármol, que es el teórico de la generación de los 80 que tiene su raíz teórica en la filosofía y literatura nietzscheana, en un artículo publicado en el periódico Hoy, dice que desde los inicios de la década combatió “con vehemencia a quienes separaban al poetizar del pensar. Porque también lo negativo es parte de la concreción de un hecho cultural”; además, sostiene Mármol, “desde un plano estrictamente de cuestión poética, es el hecho de que la noción de poema y su expresión como concreto de lenguaje asumida por la generación de los 80 se inscribe, en términos generales y con relación a nuestra tradición literaria, en la trayectoria labrada por el Vedrinismo, La Poesía Sorprendida y el Pluralismo; es ultimo, en menor proporción. Quiero decir, que la poesía de los 80 no reniega, pero tampoco suscribe los postulados estéticos del Postumismo ni de los poetas sociales del grupo independientes del 40 ni de la Generación del 48, y mucho menos, de la de la Generación del 60 y la Poesía Posguerra. Estos últimos movimientos y tendencias creyeron en la literatura de mensaje, de ideales, mientras que los primeros creyeron en la literatura como idea, es decir, como aventura del lenguaje y del pensamiento, de lo cual, están muy cerca muchos de los autores de los 80”; y, en fin, recuerda Mármol que denunció “los limites que exhibíamos en el manejo del idioma, materia prima de nuestro trabajo. Manifesté preocupaciones sobre el tendencialismo hacia la “representación” de lo empírico en el poema, dejando de lado la “significación”, que es razón de ser del poema mismo” (Hoy, miércoles 27 de marzo del 1996, Opinión, pagina 9. ¿Por qué hablar de una generación de los 80? I, y II).

 

Al igual que el hondureño del mismo nombre, Oscar Acosta (1933), que presenta el amor en su obra como eje en torno al cual gira toda su existencia, este otro Oscar Acosta nacido en Neiba luego del ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, en su poesía mayormente amatoria y de un fino filosofar sobre la realidad cotidiana, así como sobre el tiempo con ciertos ribetes místicos, como recuerdo del fervoroso cristiano que fue, antes de abrazar la filosofía existencial nietzscheana.

 

En el poema LOS PELUCHES, LA NIÑA Y LA CIUDAD, que es el que justifica el título del libro, es un claro ejemplo de los méritos de este gran liróforo neibero, OCAR Acosta, dentro de la concepción teórica de la poética del pensar, entre otros poemas del libro, pero siempre me gusta leer esta bien lograda poesía:

 

LOS PELUCHES,

LA NIÑA

Y LA CIUDAD

 

Cuando nos habitaba

El taxista cargaba amas sin vestidos de marea

Nadie intercambiaba pólvoras sobre sus cuerpos

Ni moría como asaltante

Ningún intruso violaba tu poquedad en esquinas oscuras

 

Cuando Dios estaba en los edificios

Nadie hacia el amor precipitado con su arma en las manos

Ni llenaba de angel confuso su imaginación

De allá se veía aun el mar…

 

O las nubes sobre las luces de león

Cualquier iba al balcón

Porque San Miguel éramos todos

 

Cuando Dios éramos nosotros y todo

Sabíamos cual era el principio y el fin de la

 

     (democracia

Nadie confundía las palabras de los discursos

Porque la niña estaba en el patio con los peluches

Ensuciando las paredes con la tiza

Para entonces no valían sus sports

Ni el maquillaje  de la risa, ni la canción forzada

 

Ahora Dios nos abandonó

Y somos humo espeso…  ríos sangre… calles sin vida

Rostros con risas divididas según las entradas

Y somos sal desabrida… economía crecidas arriba

Peluches desbaratados en manos de una niña

                                        (pobre de Gualey.

 

Diciembre, 1999.

 

 

 

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