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CAPITULO IV, DE LA NOVELA EN UN SANTIAMEN/ Abraham Mendez Vargas

 

 

 

 

 

 

IV

EL DIA menos pensado, a la hora del café mañanero, cuando el sol de siempre replateaba su universo de arco iris tanto sobre oriente como sobre las aguas sin olas del Lago Enriquillo, el cuervo dejó caer desde la palmera-real un ratón, ¡sí!, un ratón muerto.

 

En ese instante vino desde el conuco el gallo escarbando para las gallinas que lo seguían. Al final del suelo rústicamente encementado una piscina abría sus muros pintados de azul y cuyo fondo, del mismo color, tenía varios peces dibujados con tinta negra. Más allá, después de una especie de parquecito con árboles frutales, empezaba el platanar. Como la palmera-real reinaba en medio del espacio comprendido entre la piscina y la cocina del primer nivel de la casa de Rosina del Prado, a esa hora sacaba balance al Hotel y daba órdenes a las trabajadoras domésticas en relación con la labor del día. Un fantástico "creeo" de las gallinas incendiaron el varonil "Coo, coo" del gallo de raza, cuando dieron con el ratón yerto. Rosina se asustó cuando vio las gallinas pleitando por el roedor sin vida, y casi se les caen de las manos las dos tazas de café humeante, y que, al igual que la comida, me preparaba y servía ella misma, sin darle participación a ninguna otra mujer. Muchos clientes, turistas criollos y extranjeros que con mucha educación la tuteaban, la felicitaban por tener ahora un hombre culto, no celoso, sin necesidad de referir el carácter contraproducente de Dino Mariano.

 

Encaramado en el cielo de la mañana tropical, el cuervo de Munura aleteaba sin cesar. Parecía querer disputarse el ratón de las gallinas que advertían con pavor su existencia. Fue entonces cuando un intruso tiró la palabra dura, como una pedrada mortal.

 

- Cuando la gallina se queda sin padrote, se arrima a cualquier pollito, ¿no?.

 

Después de aquel golpe seco, como una pedrada certera, arrugar la cara es lo de menos. Al oir aquella expresión afrentosa, Rosina frunció el ceño y no pudo evitar la vergüenza con el rostro sonrosado y la piel temblorosa. Luego me sonrió, agradecida. Con su "coorre que cojo..." el pájaro azabache puso otra nota de aflicción, como si este nuestro loco amor fuese imposible. ¿No?. Tuvimos la suerte de que en eso llegaron los hijos de la Señora del Prado, en fila, desde el mayorcito al más menor, gritando, anunciando las buenas nuevas de ese martes y salimos del apuro.

 

- Má... maami... Tía Zun, mai, tía Zun... Salimos de un apuro que nunca tuvo mi abuela. Tal vez Arzeno, mi progenitor, antes de hacerse evangélico pentecostal, pasó una experiencia similar. Después hízose amigo de un Dios muy fuerte. Durante mucho tiempo, desde mi más tierna infancia, cuando en familia celebrábamos un culto maravilloso al señor Jesucristo arrodillados al pie del lecho conyugal, papá fue, no el héroe que ahora admiro sin idolatría, sino mi único Dios, omnipresente, y al que debíamos siempre temer... Siendo un hombre que amanecía en su conuco, pasando los días de sol a sol; que pasaba algunas tardes sentado al pie del palo verde del patio, aislado y silencioso, y que la prima noche, de rodillas orando al Todopoderoso y cuidando de las ovejas del redil, lo sorprendía en su Iglesia, no sabíamos como se enteraba de nuestras travesuras en el barrio, sin que nadie se lo dijera., ¿no?. Cuando le dieron la noticia de que Don Julián estaba muy grave y que había sido internado en el Hospital de San Cristóbal, no salió rumbo a esta ciudad sureña, sino a El Cercado, a llorarlo, porque pensó que ese era su fin. La terrible quejumbre estomacal, producto de los tragos  verdes de la lujuria, lo colgaron al filo de la hora nonis. Y la naturaleza, ante tantos desvaríos, cobraba al cuerpo sus excesos, ¿no?.

 

El Cercado era menos tortuoso atravesando la Sierra de Neiba, subiendo y bajando por las veredas del río Panzo, y con ese destino salió una madrugada desde La Olla. En la Poza del Indio Viejo, sitio donde Pedrón envenenó muchos años después a su compadre Viento, para que este no pudiera ganarle a Don Nimio la litis que sostenían por unas tierras, en esa poza hizo padre una parada, se sentó a saciar la sed y a descansar. Mas he aquí que cuando se disponía a continuar la marcha se le apareció Julián Pim. Su tez morena estaba pálida y su ser todo demacrado. Tenía ambas manos sobre el vientre. Fue allí, en esa circunstancia dolorosa, donde Arzeno tomó la resolución irrevocable de no ingerir mientras viviera, bebidas alcohólicas; dejó, asimismo, la vida mujeril, desde entonces plantó su casa a orillas de un río de aguas vivas, y eternas.

- ¡Hijo mío!. Te dejo esta oración que me dejó mi padre Celestino, antes de morir. Lo mismo tendrás tú que hacer con tu hijo de más cabeza, que no sea mentetrapo, cuando veas cercano tu fin... en este mundo de mala racha.

 

- Sí, padre mío. Eso haré. ¡Oh!,, si es fácil de aprender; nomás hay que oírla, tiene siete palabras.

 

- Y, otra cosa, hijo mío. Esta importante oración que hoy te doy, te cuidará de todo lo malo. Con ella, dicha siete veces, vencerás al hombre del monte, y a todos sus muertos.

 

Y dicho esto último, Julián Pim, mi abuelo, desapareció ahí mismo, como un rizo de agua que se evapora y sube al cielo... Sabiendo que era ya un alma desandando, el buen hijo siguió subiendo y bajando lomas, hasta llegar a El Cercado. Allá encontró la noticia de que una ambulancia partió desde San Cristóbal con el cuerpo yerto en un féretro con destino a La Olla.  Huellas al  revés. Regresó por Panzo. Entonces, después de consolar el alma destrozada de su madre, no sólo se encargó de darle las más sinceras gracias a aquel sancristobaleño desconocido que tuvo compasión de Julián, entonces abandonado a la suerte de Dios, sino que también se encargó de cubrir todos los gastos en que se habían incurrido para el traslado del cuerpo muerto, como de los demás gastos inherentes de un funeral. Y le dio cristiana sepultura, sin espera de recompensa hereditaria, sin que ningún consanguíneo le dijera: "Arzeno, aquí estoy yo; usted no está solo, y ¡mire!, agárrese de aquí... Que tenía con qué enterrarse, ¿no?". Que va; antes bien, mucho después, cuando se desató el pleito por la herencia, y aunque padre no manifestó deseos sucesorales, hubo quienes quisieron confundir el patrimonio de Don Arzeno con los bienes relictos por el finado aquel. Empero, los fallos del Tribunal de Tierras hablaron por ellos mismos.

 

Era lo menos, entre quienes la familia sólo existe a la hora del llanto o del cuchillo.

 

iHum!. Por más que retarden los pies de lodo, halla el hombre su destino. A los cuatro años de haberse dejado con su primera mujer, Lea, Arzeno seguía solo. Y quería otra mujer. Las tres o cuatro novias que había tenido después de Lea, las había ido dejando por motivos que ellas bien conocían. Entonces era Zenona la que le gustaba, con la mejor de las intenciones. Escribió una carta que nunca se la dio. No hubo ocasión. Al otro día de haberla escrito, fue a echar un día de trabajo a una parcela próxima a los ranchos de La Olla. Zenona andaba buscando leñas por ahí, junto con su tía Celestina y unas primas. Los hombres trabajaban por allá lejos, como el hombre pone y Dios dispone las cosas, ellas rebuscaron el bolsillo en busca de cualesquiera cosas, menos de la que encontraron sorprendidas: la carta. Estaba cogida al bolsillo de la camisa con un alfiler, y descubrieron el asunto.

 

Sin que tuviera que entregársela, Zenona dio con la carta de Arzeno. Desde que regresaron a La Olla, un vecindario de ranchos de tejamaní, se lo contaron a Reyna, otra tía de Zenona. Reyna mandó a buscar a Zenona, y le habló diciendo:

 

- ¡Zenona!. ¿Muchacha?. Arzeno está enamorado de ti, ¿cómo?. Que nunca te ha dicho nada!. No te preocupes; te lo va a decir, tiene que decirte lo que tiene por dentro, ¿no?. Bien, andaban buscando leña, registraron la ropa que estaban en el can, y hallaron esa carta en la vestimenta de Arzeno. Entonces ustedes la leyeron y la dejaron; pero él te la va a enviar, ¿no?. Eso sí mi sobrina... Te advierto que ese hombre es malo. Fíjate cómo dejó a Lea; la montó en el caballo y la llevó a Las Damas a pasarse un fin de semana, y no volvió jamás por ella. Luego ha tenido varios amores con otras muchachas y no ha hecho nada por ninguna de ellas. No lo quieras, Zenona, no lo quieras. Ahora, eso sí mi sobrina, si tú vienes y lo quieres; allá tú... Quiérelo si quieres, ¡y sabes lo que te esperas!. ¿No?.

 

-         Gracias Mamaíta, por su consejo.

-          

-         Sin embargo, por más que huyera a su destino, Zenona había nacido para envejecer casada con Arzeno. Era una muchachita delgadita, piel canela, pero bonita, tranquila. Era entonces un feligrés consagrado a los rezos y novenarios religiosos. Malena, su madre, la había tenido en su primer matrimonio. Pero ambas ignoraban que su padrastro, José de los Remedios, no quería que Zenona le diera el sí a Arzeno. Antes bien, como él tenía otras muchachas en esa casa, trataba maliciosamente de casarlo con una de las muchachas de él, ¿no?.

 

Al tercer día Arzeno no había podido entregarle la carta a su diosa. Porque ya ella lo sabía y estaba muy esquiva. En una pasó por el camino de Doña La Buena y la llamó: "Zenona", y siguió como si nada. Hizo el caso del perro. Cuando estuvo por allá, al otro lado del camino, le gritó ella: "Ven tú, si quiere". Era una tarde que declinaba coronada de nubes blancas y vacías. "Déjalo entonces".

 

Al cuarto día, al ver lo bronca que estaba Zenona, al ver las caras de las tías y primas, temeroso de que el tiro no diera al blanco y Don José de los Remedios terminara por convencerlo con sus tentadoras malicias, se decidió a hablar con Doña Malena, la mai de Zenona.

 

- Doña Malena. Yo me vi en la necesidad de terminar con la mujer que tenía, sí, con Lea. Los motivos no tengo que decírselos, porque no la voy a desacreditar. Después de Lea, he tenido varias novias y no he podido hacer nada por ellas por motivos que ellas bien saben y no soy yo quien deba tirarlas por el suelo. Pero son por todas conocidas. Ahora dicen que soy un hombre malo, que no hago nada por ninguna mujer, y que no debieran de quererme. ¿No?, pero soy un hombre que necesita una mujer buena, Doña Malena. Yo me quiero casar con Zenona. Yo, yo no se lo he dicho; es muy esquiva, y quiero que usté lo sepa primero que ella, porque usté es su mamá, y nadie le desea a ella mayor bien que usté, Doña Malena.

 

Evitaba lo que estaba escrito en el cielo, pero la tierra en que estaban con un sol resplandeciente los acercaba más cada vez. Es más: varios años después, cuando ya tenían dos hijos, y otra mujer se les interpuso en el camino, Arzeno fue a donde el gran brujo de los Roa: éste rayó un fósforo y encendió una de las tres velas que le había pedido. Con otra de las velas debajo, les dejaba caer las chispas, hasta que la otra se encendió; y así la tercera también. Luego, juntando las velas, el brujo le confesó; diciendo:

 

- Arzeno, ¿te digo una cosa?. Tú estás pensando una cosa y no es justo. Esa mujer tuya es muy buena doña. No la dejes; no la abandones con dos hijos. En cuanto a la otra, veamos... ¡Mira!, un abismo, ¡mira¡...

 

De suerte que cuando Doña Malena escuchó a Arzeno, no solamente le había puesto mucha atención, sino que tan pronto se fue Arzeno, y Zenona llegó de buscar la leña del monte, la llamó a un lado, y le dijo estas palabras que mi abuela Malena me contó muchos años después, cuando me contaba cuentos de caminos y me cantaba antaño cantos del corazón.

 

- Zenona, Arzeno está enamorado tuyo. Sí; no te lo ha dicho, pero te lo dirá, ¿no?. El quiere casarse contigo para hacerte bien. Sí; eso dicen, pero ¿cómo va a ser malo un hombre de trabajo, de buena familia, honrado, y que trabaja de sol a sol...? ¡Mi hija!, si te casas un día, como tiene que ser... quiérelo... a él. Sí, a Arzeno. ¿O es que piensas unirte a uno de esos corbaneros que vienen aquí?. Son mayormente muchachos haraganes, que no trabajan de sol a sol... Cásate con uno de estos gandules; pero eso sí, después no vengas con que María estaba lavando y se le acabó el jabón... Porque te doy una paliza, y te tiro a la calle...

 

En una ocasión un avión sobrevoló La Olla anunciando desde lo alto del cielo la venida de Cristo, y tirando cientos de volantes que informaban la celebración en Barahona de una campaña evangelística, la primera en el país de ese excelentísimo predicador de la palabra de Dios que es Yiye Ávila. Arzeno no sabía leer entonces; pero oyó el mensaje desde la ventanilla del pájaro de metal. Llevado no sé por qué inefable emoción, fue a la campaña, a caballo, a oír las buenas nuevas; y de allá vino arrepentido de todos sus pecados. Y no sintió el cansancio del camino. A veces se detenía y, en uno que otro recodo de la carretera de piedras en medio de los cañaverales, contemplaba con admiración profunda el cielo de azul amanecido, y oraba al Dios de Abraham, de Moisés y de Elías... Cuando llegó a su hogar, Doña Zenona no pensó que andaba de parranda porque había jurado no injerir bebidas alcohólicas desde que murió Don Pim su padre; tampoco pensó que su silencio ceremonioso traía una mujer atada al monedero. No. Apenas tuvo vida la pobre mujer para oírlo confesar; "Zenona, desde hoy en adelante somos amigos fieles y seguidores de Cristo Jesús, que murió por todos nuestros pecados en la cruz del calvario. Sí, fui a la campaña, que estuvo repleta de bendiciones, y ahora somos cristianos, Zenona". Y la pobre mujer, que había experimentado el infortunio de su madre Melena yendo de rancho en rancho de La Olla, con la recua de hijos sin padres, hasta que Arzeno le taló un solar y construyóle su propio rancho dentro de la misma Olla; y que, habiéndose mantenido sujeta, sumisa, obediente, bajo la autoridad de Arzeno; ya no tendría nunca jamás la sombra de otra mujer en su camino, vio el fin de todos sus pesares, no pudo menos que agradecérselo a Dios mismo, diciendo: "Bueno, Arzeno, a Dios las gracias. Yo soy lo que tú decidas ser, Arzeno". Y éste vio que su mujer lloraba con esas mismas lágrimas crísticas que ella vertía al pie del Cristo del santoral católico, rezando las mil oraciones que aprendió en casas de Aú, la esposa de Don Sánchez, ¿no?, la vio llorando,, y sus lágrimas copiosas eran como las dos norias burbujeantes de los mangales de Palosanto, que estaba a un paso de La Olla.

 

-         Má... maamiii... Tía Zun, mami, tía Zun...

-          

-         Tía Zun. Así era como los niños de la Señora del Prado llamaban a la licenciada Zunirda Espejoceli Viuda Montes de Oca Deyermont. Entonces, al recibir la noticia de los pequeñuelos, cuya confianza yo me había ganado en gran manera, la dulce señora un beso me dio y se fue corriendo como si fuese una niña ella también, a recibir su buena comadre Zunirda Espejoceli, en medio de una algarabía de niños... Y, como dicen que sufro de enclaustramiento, aproveché la ocasión y me fui a la habitación y me puse a leer temas varios de mi recién adquirida "enciclopedia/juvenil", de la ColecciónJBolsíllo/Edime (cbe). Como me faltó concentración, me pasé a la habitación de los niños, todos huérfanos de padre y entre ellos una niñita llorona como una estrellita del alba, corrieron a ver los peces dibujados en el fondo de la piscina; abrieron la llave de agua del bañadero y se entregaron a mil juegos alternados con pleitos olvidados por ellos desde antes de originarse, por una que otra nimiedad o travesura, ¿no?.

 

- Oí perfectamente desde la habitación de los niños, que era la última del segundo nivel y por cierto la más ventilada, cuando pensaban al oído palabras sólo de lamentaciones por la viudez prematura que las envolvía con su manto fatal, sino también del tipo de vida que cada una por su parte pensaba llevar o estaba llevando, ya.

 

- iAy, ay mi hermana!, ¿quién nos lo iba a decir?. ¿Quién iba a decirnos, un año después de estar todos aquí sentados, tú con tu esposo y tus hijos, y yo por igual, quién iba a pensar que hoy volveríamos a vernos, solas y con nuestros hijos huérfanos?. iAy mi hermana!. ¡A nosotras dos, entonces!.

 

- Así es la vida, hermana Zunirda.

 

- No, no. Yo no admito ni admitiré esto que nos ha pasado. Viudas tan jóvenes.

 

- La vida es así, pues vuelve a Dios, que nos la dio.

 

- ¡A Dios, comadre!. ¿Y Ud. cree en eso?. ii0h!!. ¿Tú crees en Dios, que es una invención del hombre?. El hombre vino de los homínido conocidos, que son un desprendimiento de la línea de los póngidos, cuyos parientes actuales, el gorila y el chimpancé, son dos grupos de antropoides que hallamos en África. De haber existido Dios, con todas las cualidades de siete maravillas que le dan la Biblia y sus predicadores, jamás nos hubiera hecho esto. Sí; mi Dios era el Dr. Manuel Montes de Oca Deyermont, y, ¡mira! ahora está a siete pies bajo tierra... Ahora soy padre y madre de mis hijos. Sácate esas ideas tontas, que son como chinches en el cerebro; Dios no existe, comadre. Se lo digo yo.

 

- Ayer mismo me hablaba Liberato de estas cosas. Me decía que si bien el Génesis nos enseña que "En el principio creó Dios los cielos y la tierra"; Juan nos informa de una verdad anterior, y es que "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios". "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros". Esa es, hermana mía, la verdadera prehistoria de la humanidad. No otra. Yo sí creo en Dios.

 

- El Dr. Montes de Oca Deyermont fue un hombre idealista. Sacrificado por su pueblo. Jesucristo fue un hombre así, como muchos héroes, ¿no?. Pero, allá tú con tu filosofía barata...

 

- No, no. La vida no puede ser reducida a una mera filosofía. Ayer me decía Liberato que nació y creció dentro de una iglesia pentecostal (me dijo que quiere reconciliarse con Dios), que Dios tiene un propósito muy profundo para con el hombre en la Tierra, y por eso su Mensajero, Jesús de Nazaret, se hizo carne y habitó entre nosotros. Yo le confesé a Liberato que yo también quiero convertirme, ¿no?. Soy mujer.

 

- Sí; cada cabeza es un mundo. Hablemos de otras cosas. ¿No?. Bueno, ¿y cómo es la cosa?, comadre. Ud. no le pone el oído a las gentes del pueblo?... Ni yo veo bien, comadre, y con esto le soy franca, que Ud. haya metido a ese hombre, Liberato, tan pronto, en su casa...

 

- No; pierda cuidado, mi hermanita. Que yo sé lo que hago. El amor, comadre Zunirda, es más fuerte que la muerte. Tú entierras tu muerto, y el amor continúa. Te enamoras de nuevo, y el dolor anterior desaparece más pronto.

-¿Enamorarme yo?. Yo no volveré a casarme. No. Jamás. El Dr. Manuel Montes de Oca Deyermont no sólo era un idealista sacrificado por su pueblo. Tú sabes bien que ello no le impedía ser un hombre tierno, comprensivo, misericordioso. Un Cristo de la libertad y del amor, ¿no?. Jamás aparecerá un hombre así, en esta islita de hombres machistas y obscenos.

 

- Sí; hay que verlo, ¿no?. Mujeres y hombres habemos que pueden permanecer en la castidad, en la abstinencia total. Otros pueden ser leales, fieles a su cónyugue. Pero la mayoría de hombres y mujeres apenas podemos estar unos cuantos días sin su media naranja. La pasión, para los que somos meros mortales de carne y hueso, más la nuestra que es un híbrido del negro y el blanco más que del indígena, es traicionera. Claro, claro; un hombre como el Dr. Manuel Montes de Oca Deyermont, que

fue en vida un ser excepcional y único, por demás poeta que no necesitó nunca escribir un verso para serlo, es una clase de compañero difícil de encontrar. Pero tú eres una mujer excelente, Zunirda, por dondequiera que pases serás la tentación. Los hombres no te dejarán en paz, hasta que vuelvas a querer...

 

- Es cierto, Rosina, la pasión es taimada... Pero esas tentaciones; te lo dice ésta que está aquí como un guayacán no me podrán vencer...

 

Hablaron muchas otras cosas. Las oí hasta que me sentí atrapado en el cuarto de la ventilación; por un lado nadie podía saber que me enteraba de todo; y por otro lado, me sentí como una víctima, víctima de un amor simplemente de luto. En una Rosina calificó a Dino como un mujeriego de primera fila, y ahora Rosina no oía al que dirán de las gentes por convicción propia, sino que más bien parecería hacer las veces de su difunto esposo. Claro, en forma inversa. Sentí que el deleite de aquel loco amor tornábase en una gran congoja: nos rezumaba. Y sin darme cuenta, estaba yo recostado del espaldar de caoba antigua con grabados góticos barnizados.

 

Durante tres días los hijos de Rosina me olvidaron. Al cuarto día vinieron a mí, para que les haga nuevas chichiguas, nuevos aviones de papel y sombreritos de charros de cartón. La licenciada Espejoceli viuda Montes de Oca se marcharía en la tarde del cuarto día; sus niños habían construido los juguetes frágiles; botado las cabezas y los brazos de la muñeca de la niña Kora, cuyos lloros cesaron cuando logré completarle las piezas perdidas de la muñeca.

 

Mis congojas desaparecieron cuando mi espíritu se retroalimentó, observando la partida de parché con que Gabriel y Miguel Angel, los dos primeros niños de la señora del Prado, se despidieron de los dos primeros hijos de la licenciada Espejoceli, ganando la primera y dejándose ganar la segunda. Declinaba la tarde con un hermoso crepúsculo, y pensé: "Amanece, cuando termina el día".

 

Ya en el cuarto conyugal, no bien me había recostado del majestuoso espaldar de caoba barnizada, cuando la voz de mi doña requirió mi presencia. Fui de inmediato. Sin embargo, quizás para que no me introdujera en su conversa torio, me gritó: "Liberato. ¡Las maletas!. Llévalas al cuarto de huésped. ¡Oh, no sabes, papacito!. Es la habitación que queda enfrente a la de los niños, ¿no?.

 

- Enseguida, mi diosa.

 

Enseguida, mi diosa. Contesté, y en un abrir y cerrar de ojos yacían sobre las camas del cuarto de visitantes distinguidos, como la licenciada Zunirda Espejoceli Vda. Montes de Oca Deyermont y sus angelitos del alma. Entonces volví al cuarto de Kora, Gabriel y Miguel Angel y pude escuchar el final de¡ conversatorio de las benditas comadres. En efecto, supuse que yo sería el tema de ese amén coloquial, parido desde el fondo del silencio siempre esperante.

 

- ¿Lo viste?. Es guapísimo, Zunirda. Es poeta, lee y escribe mucho. Es el mejor hombre del mundo, cariñoso, tierno, me recita versos en la cama, antes y después de hacerme el amor. ¡Ay,. Zunirda!. Cuando navegamos en la alta mar del amor, su fuerza viril difícil de vencer es inclemente, como esos yanquis inclementes que bombardean el Lago, rajándolo hasta el fondo de montañas de rocas profundas y sus secretos cuaternarios, ¿no?.

 

- iMuuchaaacha!. ¿No lo idealizas...?

 

- iOh, hermana!. Liberato es la libertad y el ideal, puestos sobre la palma de la mano, como una fruta deliciosa.

 

La pasión de los seres de carne y hueso es desleal... Rosina del Prado no sabía mentir; la mucha sinceridad diría yo que la mataba, pues no se detuvo a pensar nunca que la licenciada Zunirda era todo lo contrario... Después de todo, el mundo no fuera nada si no existieran personas con ese sentido que nos subleva y enamora, salvándonos a cada momento. Por su proceder, por haber desobedecido las leyes divinas, al igual que Lucifer y la cuarta parte de los ángeles que gobernó durante millones de años en la Tierra antes de la renovación de la faz del globo terráqueo y de la creación del hombre, igualmente Adán y Eva nos legaron la Muerte, que es el salario del pecado... Dondequiera que un hombre y una mujer se unen sin haberse re-ligado a su Hacedor, se repite la mismísima historia. Dondequiera el espíritu de Caín, para su mayor desgracia por los siglos de los siglos, vuelve a caer ultimando a Abel... En uno y otro caso, padres e hijos mueren en el mundo de hoy en la comisión de actos violatorios de la Ley Divina y en continua generalización, como si el estado de derecho y la civilización no fuesen suficientes para terminar de una vez y para siempre con el estado de barbarie, ¿no?.

 

En la tarde del cuarto día, y último de Zunirda con nosotros en Munura, llegó la noticia inesperada. Doña Justiniana del Prado, la madre de mi diosa había sufrido un ataque de alta presión arterial. Una secuela de las desidias del marido, que fue durante muchos años un beodo impertinente, hasta que los médicos le confesaron que su hígado, su corazón y sus nervios estaban dando luz roja. Rosina partió con un chorro de lágrimas, y Zunirda se quedó cuidando de la casa. Yo al darme cuenta, partí tras Rosina, pero ya iba rumbo a Santo Domingo. ¿Qué hacer?. Dejé para el otro día mi viaje. En la noche después de la cena de vegetales y lecturas poéticas, inclusive Kora recitó algunos trozos de poemas escolares, se rompió la taza y cada uno a su cama. Entonces, ante la falta de sueño, sentíme flotante, y contemplé, durante luengo ratos un boquete de cielo estrellado; y de pronto, cuando me acordé de "Cambio de Piel", de Fuentes, obra literaria en turno, me volví por ella; y, ¡qué maravilla!, vestida con una bata transparente, bien bañada, bien perfumada por la seromona que me dio un tremendo apetito sexual, ¡Oh, qué bien peinada y sin maquillar!, Zunirda está dentro del cuarto prohibido. Era hermosa semidesnuda. Parecía una niña pidiendo amparo. Y no me dejó decir nada. Además, era inexorable. Estaba anunciando que aquella pasión humana, loca, insaciable, como agua de tormenta, iba a desbordarse  en los predios desiertos de nuestros corazones.

 

- ¡Liberato, señor mío, pégame una bomba yanki!.

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