Capitulo VI, de la novela EN UN SANTIAMEN
VI
A LOS AMENES de la pasión desquiciada desde los cielos, como si fuesen una partida de parché o una lectura de taza, sobre la palmera celestial el cuervo imprimió un guión de palo de almácigo con cierto lustre de luto inevitable. Como no es ni podía ser hijo de un vuelo de águilas nunca pudo, ni podrá cuervo alguno en el mundo, arribar con su aleteo feroz a los pies del amor, emplumado... Allá en Alaska, en la parte incongelable del río Chilkat, en donde las águilas comen -y-desviven-, haciendo el amor entre las nubes de papá Dios, asidas a las garras, como acontece en la estrella voladora de los sueños. Cabeciblancas, coliblancas y pardo oscuro el cuerpo todo, atraviesan las distancias cósmicas, y los salmones mismos, cantan salmos sobre las olitas que se besuquean cubiertas de espumas al sol, esperando ser devorados por las águilas del desierno. ¿No?.
Fue un brevísimo tiempo. Después de los mil adioses entre risas y lágrimas de entrambas comadres, la licenciada Zunirda Espejoceli me pidió que le lleve el maletón y lo introduzca en el baúl del carro, de la bioanalista. Así lo hice, pero, cuando me despedía bendiciendo los niños, me pidió que le guiara hasta el Restaurant de Munura, en donde vendían quesos de leche de vaca. Cuando salíamos del negocio transmitióme el raro mensaje del pájaro azabache brillante y de cuello iridiscente. ¡Increíble!. ¡La vida, con su cáscara de misterio, nos sorprende a cada instante!. Pero después de todo, como el misterio no me fue revelado en el Balneario de Las Rosas Rojas, ni en el parquecito, ni desde fuera, sino desde dentro... del círculo íntimo de mis amores en el cielo, hube de prestar atención a aquella revelación.
- Don Liberato -me confesó entonces, enternecida, Doña Zunirda Espejoceli-, vente conmigo... ese cuervo, ese cuervo de la palmera anuncia la muerte de todos los hombres que sirvan de marido a mi pobre comadre. ¡As¡ fue cuando Secundino!. Y ha vuelto ahora... ¡Y estás en peligro, Liberato, estás en peligro!. Vente conmigo; me matan tus bombas interplanetarias; no temas, no te hará falta nada; tengo por demás muy buenas relaciones políticas y, como eres muy talentoso, que solamente te falta una cosita, serás poderoso, a mi lado, ¿no?. Te espero en casa. ¡Ay, es que mi pobre Rosina, mi adorada comadre, es del hombre del monte, de camino real sin vereda, ¿no?. Como nació bocabajo, no podía tener hijos; era estéril, pero un "Papá-Bocó" la habilitó. Entonces según advirtió el propio sabio haitiano a Justiniana su madre, quedó castigada a vivir de luto. i0h, mi Rosina!.
¡Pobre Rosina!. El sino de su destino ha sido siempre, ponerle tino a su matriz, y enterrar sus amores de fruto agraz,... ¿no?...
- Increíble, Señora!. ¡Si!. iEl Cuervo!.
¡No puedo creerlo, Doña Zunirda, no puedo creerlo!.
- ¡Ah!. Entonces, amado mío, créalo cuando sea demasiado tarde. Don Liberato, eres joven, vente conmigo. Tienes un gran futuro por delante. ¿Conoces la historia de Jacobo Rosseau, sí, el autor del Contrato Social...?. Sí, Liberato, vente conmigo; esa será tu suerte. Tus tremendas bombas de amor... me vuelven loca...
- Pero Doña Zun...
- No, no. Quiero que me ames locamente. En mi biblioteca podrás leer a César Vallejo, a Huidobro, los Clásicos todos; los Iluministas, a los Románticos... Es más, ¿puedes debatir con Marx, o sobre el fantasma de Marx?. ¿¡Ah, sólo eres un gorrión del iluminismo!?. Quieres la suerte de Rousseau, ámame locamente en mi casa de tres lujosas plantas, y verás...
Fui tentado. Quienquiera que oye y calla, dicen, otorga. Y yo, ¡ay!, me quedé sin cerrar de ojos, el gran Lago vino a mi encuentro con sus delicias, millones y millones de escamas resplandecían con el sol de la mañana; cada gota de agua era como una pupila de gato en la noche; y heme aquí, a salvo, diríase a salvo del mar de la juventud, con el pie levantado por los tropezones propios y ajenos, porque Dios se erige sobre los corazones... de los hombres!
Orillada de pesares está la eternidad sin huellas del hombre sobre la tierra. ¿Quién celebró con el hombre del monte sus compromisos mayores, y vendió su hija, o su madre, y al final hubo de entregar primero su propia alma...?. ¿Quién recibió un entierro de alcarrazas de oro y en sacrificios humanos perdidos?. ¿Dónde está el que traicionó a su amigo, y maldijo a sus Padres?. ¿Qué Padre no se honró con el gesto de un buen hijo entre tantos otros negados a la fe?. ¿Quién os dijo odiaos los unos a los otros, lo más que puedan hasta que el odio no les quepa en el pecho?. ¿Quién decretó tal cosa?. ¿Por qué no se envidia al de más edad o al de menos edad, o al de otras tierras, sino al de la misma edad y del mismo terruño?. ¿Ahí reside, acaso, el fracaso de las grandes empresas humanas a favor de la patria chica?.
No sé; si el mayor pecado del Hombre es el haber nacido, ¿no será nuestro único pecado la sombra de haber sido humano?. ¿Me duelen las sienes?. ¿Enloquezco?. ¿Recibo el golpe de juicio que me faltaba?. No sé; la muerte vive al acecho del Amor; y es que la vida no es un Misterio después que el Misterio de todos los Misterios fue revelado en la cruz redentora, pero sin embargo tiene aún la vida sus misterios mayores y misterios menores... El hombre y la muerte son como este gran lago, y como este grande Sol que todo lo sabe y todo lo ve como la montaña y el cielo coronados de nubes blancas... La solución fue clara:
- ¡Que Zunirda Espejoceli se peine en el roto y oscuro espejo de la dulce Rosina del Prado!.
Estuvo bien que lo pensara así, porque la luna nueva que me atrae con fuerza mayúscula, se había quedado días tras días como un espejo de plata lleno de lágrimas o como una vela de cera encendida junto a la bombilla iluminando poderosamente los aposentos de la imaginación durante los primeros seis días de la semana. De cuando en cuando, por la casa de Antonia Rodualdí aparecía, como quien no quiere la cosa, doña Zunirda Espejoceli. Empero, el alma de las mujeres exhala un exidio que asola el alma de la otra y se rechazan de inmediato, inconscientemente, antes de que arriben los amenes certeros de la pasión. Venía a poner a las órdenes de Liberato su tremenda biblioteca; pero Antonia no creía el cuento y un día que requirió los servicos de la bioanalista y ésta la inquirió sobre la idoneidad de su Liberato, no le cupo la menor duda: andaba detrás de su marido. Y como no tenía pelos en la lengua, a penas Liberato llegó a casa, le habló, diciendo:
- ¡Mira Liberato!. Zunirda viene a hablarte de libros, y más libros, pero es detrás de ti que anda, pero yo tengo unas piedras sobre la mesa... por si no me da tiempo para tirarle agua caliente...
Entonces yo no me quedé pensativo, como era de esperarse; mujer es mujer; habló la madre de mis hijos, el albergue eterno de mis terrores interiores y el eterno cobijo de mis desesperanzas, me abrazó cuando le dije:
- Deja tus palabras hirientes y coñeras... Ten una voz suave, y en calma... Dame lo que siempre busqué en ti, more, tu aire de Virgen María, ¿no?. Y que el brillo de estrella de tus ojos ilumine los oscuros rincones del alma del poeta, niño... ¿No?...
La mañana de oro se había vuelto de plata, nívea, el canto de los gallos bajo los rejones ahogaba el cancionar de los picaflores que hacían el amor en el aire, asidos de las garras, y las palomas se anidan al tiempo que daban de comer buche a buche a sus críos, y los niños que jugaban en un cuarto de sombra del traspatio, hacian más trascendente la mañana aquélla.
De niña, a la edad de unos de mis pequeñuelos, mi abuela La Buena jugaba con las morocotas, vaciando y llenando la higüera en los rincones en su casa de Perico. Volvía una y mil veces a echar las monedas de oro, haciéndolas sonar, como granos de maíz. Muchos años después, cuando moría de hambre, desnutrida, flaquísima, yendo y viniendo desde la casa de la tía Brigida a casa de mi Padre, sentándose, mareada, cada cincuenta pasos... me recordaba en su silencio absoluto, aquellos días felices y le serví de refugio. Y era la hija que más amaba su padre, y precisamente la tenía vendida al Diablo... Ya vieja, a los noventa años era como una mariposa moribunda, golpeada por la vara del destino. Pero no la pudo entregar; aseguraba que un pájaro la atacaba de día o de noche y en cualquier parte la atacaba; entonces salían corriendo conuco adentro, o loma arriba, o llano adentro, o pueblo adentro, sobre los patios, o por los montes, para que Satanás no se la pudiera llevar. Lo evitaba, sí, lo evitaba huyendo despavorida, como una demente horrorizada por mil demonios interiores..
Y como era de costumbre entonces que la madre viviera a vivir con la última de sus hijas, Socorro vino desde Las Damas a pasarse un tiempo con Justina, el sarrín de sus amores con el señor Guzmán. Los herederos de una gran fortuna sueca. Según los registros de la memoria familiar y regional, Doña Socorro se encontró con el problema de su nieta La Buena. "Eso no es ná, -gritó-, donde las dan las toman. ¿Qué puede ser que no sea ¿no?. Entonces madre e hija esperaron que Don Eusebio partiera con su hermano Donero rumbo a Haití. Tan pronto como entrambos hermanos de madre partieron con su recua de burros y mulos cargados de ceras de abejas para venderla a Belzebú, Socorro partió con la adolescente a donde un pariente suyo en las lomas de Panzo. El Indio Viejo. Desde allí partieron adonde El Brujo de Los Roas, de San Juan de la Maguana. Y allá prepararon a la quinceañera con baños de azogüe de cayuco, de modo que cada vez que el Diablo le iba encima, dicen que además de no poder atraparla, sangraba locamente con las mechas de espinas asesinas cual las de las guazábaras al recio mediodía, lo esperaban en el aire, clavándole la piel de reptil húmedo de desprecios infernales.
- Mi compay Sena -le gritó el Diablo a su socio-. Quítamele las espinas a la manzana que ya llegó la hora del contrato que hicimos en el cementerio en medio de un ambiente huracanado... 0 ya tú sabes, Compay Sena.
Como Don Eusebito era un hombre que hablaba de noche, Justina se enteró del asunto, cuando lo escuchó durmiendo. Pero Doña Socorro sabía que el hombre del monte odiaba las mujeres y sólo perseguía las novillas de razas, y, entonces, como un hijo de Mercé Pim, una de las dueñas de La Olla, estaba enamorado de La Buena, y ésta le había dado el sí, entonces apuró el matrimonio y la casó con Julian Pim el padre de todos sus hijos.
De suerte que cuando llegó la noticia de muerte del abuelo, la abuela tenía cinco días que había dado a luz a su primer hijo Arzeno...
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