LA POESIA REBELADA EN LA PROVINCIA NACIONAL
LA POESÍA REBELADA EN LA PROVINCIA NACIONAL
Manuel Mora Serrano
Dispersos por el mapamundi o inmersos en sus paisajes agrestes, los y las poetas dominicanos oriundos de las provincias han asumido la función de impedir que el verso muera arropado por la vorágine de la prosa de ficción.
Por suerte ya están superados los tiempos en que algunos críticos denostaban a los portaliras fundamentados en oficios o sitios de nacencia o que algunos nos echaran en cara que resucitábamos muertos o exaltábamos improvisados.
Sin duda alguna existe una democracia cultural y ya los metropolitanos no son propietarios exclusivos del liderazgo y los premios literarios se reparten de un modo tan a favor de los que no comparten con nosotros las vicisitudes citadinas, que el asunto abruma.
Santiago, San Francisco de Macorís, Azua, Puerto Plata, Moca, San Cristóbal, Hato Mayor, Higuey, por citar las comunidades que aportan el mayor caudal, vibran con veteranos y jóvenes valiosos y oriundos de esas y otras comunidades nos llegan desde el exilio voluntario que llamamos diáspora, muestras de un trabajo hecho con seriedad y con indudable amor a la literatura.
Baní, Pimentel, Neiba y Barahona fueron ayer atalayas señeras. En la Neiba de Angel Hernández Acosta hace unos años vibraban jóvenes muy valiosos y algunos ya pertenecen con legítimo derecho al número de los elegidos.
A pesar de la indudable rivalidad provincial que existe, quiera uno o no, entre ciudades y poblaciones cercanas, ha ido a enraizar a Barahona el neibero Abraham Méndez Vargas y viviendo allí ha editado el libro que hoy ponemos en circulación, Sinfonías de la Paternidad, poesía informalista (Editorial Gente, abril 2005, 114pp).
Mi compadre Abraham Méndez es lo que se dice un literato pleno. He conocido muchos en mi vida y algunos tan tenaces como él, pero ninguno le supera en preocupación constante, en lucha abierta por decir lo que lleva adentro.
Desde sus días universitarios en San Pedro de Macorís, alentado por Rodolfo Coiscou Weber, otro fervoroso y no menos tenaz luchador de las letras, y sus no tan plácidos días neiberos donde compartió con aquella lumbrera nacional que fue Angel Atila Hernández Acosta, que aunque luchó por quitarse el Atila, su nombre quedaría desangelado sin el rudo norteño que humilló la roma Imperial, le vengo conociendo y hemos ido anudando una amistad que traspasa lo puramente literario y llega a la fraternidad, al extremo de que su hija mayor no sólo lleva el nombre de mi hija y es mi ahijada, como debía de ser por imperativo del cariño, sino que también es poetisa.
Tanto en su prosa poética, tan desbordante de figuras literarias que supera la narración misma, que es como un enamoramiento de la palabra, como en este texto, mi compadre Abraham nos demuestra que lo suyo es la poesía.
Neiba, claro está, es tierra lírica por excelencia. Ver la luz en aquella provincia es comulgar con las metáforas desde el vientre de la madre si pensamos en Apolinar Perdomo Perdomo y llegamos a Quinito Hernández Acosta, para no seguir nombrando personas y cometa alguna omisión imperdonable de queridos amigos del solar lacustre y de esa tradición, de esa estirpe es Abraham Méndez Vargas.
Me complace apadrinar este libro, donde lo que los lectores encontrarán de más curioso, es que se trata de “poesía informalista”.
Lo informal es, según el diccionario, lo no formal, poco serio o poco exacto. Que no se ajusta a las circunstancias que le son formales. ¿De dónde sale entonces este término?
En la carta del 19 de octubre del 2003 que él inserta como segunda parte del prólogo, que es otra misiva del 19 de septiembre del 1984, entre otras cosas le decía que era una “poesía seria e informalista, a veces áspera como la tierra donde creciste, pero sin entrega a lo fácil ni renuncias a lo que te impulsa a escribir más allá de la inmediatez que te rodea”.
¿Qué quise decir con seria e informalista? Eso es lo más importante, creo. Quien lea los sonetos de Abraham y de los últimos sonetistas dominicanos (salvo Leopoldo Minaya y alguna otra excepción), encontrará ciertas variaciones para la rima y hasta para la métrica, que la ortodoxia literaria no acepta. No digo que esto sea malo, al contrario, después de los Sonetos de Amor de Neruda y los “Bárbaros” de
Vigil Díaz, existe una completa libertad para llamar “soneto” a cualquier poema, hasta en prosa y no sólo al que tenga los clásicos catorce versos divididos en cuarteros y terceros y, claro está, para escribirlos.
Dejando de lado estos detalles, entremos en materia. En Neiba y en muchos sitios de nuestro país el que no escribe sonetos no es poeta. Angel Atila Hernández Acosta fue un sonetista de diez y ocho quilates. Sin embargo, hay algo en la poesía de mi compadre que siempre me ha llamado la atención. Quizás sean él con sus sureñismos y Francisco Nolasco Cordero con sus cibaeñismos los únicos poetas después de Andrés Avelino, son capaces de insertar expresiones y palabras del lenguaje vulgar campesino con mucha propiedad y soltura.
Veamos: “El viejo de lurios consejos. Y dame, dame un caremí de ilusiones muertas” (Piel de asno); “Recreando el pasado de las rocas del cielo y mamones de perros de oro a orillas del río de tus claros ojos”; “Dentro del melón terrestre, extraídas las vísceras y todo, tan sólo tenía la loca” “Entre los eneales de nubes escarlatas (Icono de eternidad). “Que expiran entre rahelos de mares” y expresiones directas de la tierra dura: “Cuando el alma de la tierra se cuartea secana” o ya referente a lo que los distingue: “Más allá de los palos verdes, y entre sorbos de vinos de uva” (Elegía al Dr. Fidel A. Soto Guerrero).
Demás está decir que ese derecho del poeta de usar cualquier palabra como poética, es uno de los logros del postumismo, como su preocupación americanista, corriente literaria de la simpatía de nuestro autor.
Indudablemente no concluiré citando todos los poemas del libro, el lector tendrá sorpresas, hay poemas de amor, no sólo el filial que le inspira su hija, sino el carnal y a pueblos, sitios y sobre todo un poema erótico que ha llamado mucho la atención, del cual, para concluir, mostraré unos versos:
“Desnuda, completamente desnuda sobre el sofá del horizonte, escondiendo tu manzana de gracia entre tus piernas de diosa de mi fe”.
El lector podrá tener en sus manos el volumen y seguirá disfrutando la extraña poesía informalista de Abraham Méndez Vargas.
(Palabras pronunciadas por Manuel Mora Serrano en la Presentación del poemario de Abraham Méndez Vargas, titulado SINFONÍAS DE LA PATERNIDAD (Poesía informalista), en fecha 12 de junio del 2005, a las 8:00 p.m., en el Forum Pedro Mir, Librería Cuesta, Santo Domingo).
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