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ANGEL A. HERNANDEZ ACOSTA EN LA GENERACION DEL 48

ANGEL A. HERNANDEZ ACOSTA EN LA GENERACION DEL 48

 

 

ANGEL HERNANDEZ ACOSTA

 

EN LA GENERACIÓN DEL 48

 

 

Por:

 

ABRAHAM Méndez V.

 

En  el 1985, con motivo del homenaje que le tributaron el Indesur, dirigido por el Dr. Rafael Díaz Vásquez, y el Curso-Uasd,  se anunció se haría la tercera edición de Cantos de Apolo, de Apolinar Perdomo. Con el paso del tiempo, la Biblioteca Circular Apolinar Perdomo Sosa fue desmantelada por el Plan Decenal de Educación y refundida con el nombre de Biblioteca Municipal Ángel Hernández Acosta. Nada de esas cosas están bien, no son justas y deben descontinuarse en el futuro.  Ambos merecen una reevaluación de sus obras literarias, del primero respecto de la Generación del 48 y Apolinar Perdomo en relación con la poesía modernista y romántica de comienzos del siglo próximo pasado, así en los aspectos patrióticos contenidos en su Canto a la Patria, no sólo los amatorios, para que le sean devueltos méritos que les han sido arrebatados.

 

Una cosa es innegable, y es que el Doctor Ángel Atila Hernández Acosta ha sido el único poeta neibano que ha podido emparejarse con la poesía de Apolinar Perdomo. Creo que debe comparársele más bien respecto del resto de escritores y poetas de la Generación del 48, a la cual pertenece. Lo importante no es ser mayor que otro, sino uno mismo, en el sentido propio..  Verdad es empero que Apolinar Perdomo y Ángel A. Hernández Acosta, son ambos de un  genio  polifacético que vieron por primera vez la luz del mundo precisamente cuando Neiba pertenecía a la demarcación provincial de Barahona; justo con el poeta barahonero Luís Alfredo Torres, la más alta flecha de impulsión de la poesía sureña, los tres son el mayor aporte de nuestra literatura regional, a las letras dominicanas y al mundo entero, sino que ellos siguen siendo el mayor reto de los escritores y poetas de Neiba y del país,  como en los viejos tiempos redivivos. Igualmente, aunque sabemos de  poetas neibanos que han descubierto, como Apolinar Perdomo,  un hipercrecimiento escriptual después de residir fuera de Neiba, éste sigue siendo cantera de datos históricos y de un profundo sortilegio que impresiona y pone como uva bien sazonada por la naturaleza, a los escritores de alto quilate poético que como Freddy Prestol Castillo y Néstor Caro lo hicieron mucho ha, aun hoy vienen saborear el embrujo sobrenatural que impidió que Quinito Hernández Acosta viviera fuera de Neiba, a pesar de que tenía todas las condiciones para  triunfar como abogado y como político, y nunca muriese el gran poeta que siempre será. Y murió en la plena miseria;  según me confesó doña Ruddy Medina de Hernández, que padecía de  una ceguera  total que le había sobrevenido unas semanas después de la muerte de su esposa Quinito Hernández Acosta, carecía de los recursos económicos necesarios para costear del todo la operación que prometía devolverle su vista. No sé si murió sin haber resuelto el estado de ceguera.

 

 Aquel hombre que nos enseñó los cauces necesarios de la vida solitaria, que tanto vimos de cerca trabajando en su humilde pero sublevante taller de poeta-abogado, revelándonos sus técnicas, sus autores y temas preferidos, la intimidad de una vida plasmada en versos, así como su secreta rebeldía social, es más que merecedor de que el Gobierno Dominicano haga honor a la obra y a los hijos y nietos que lo tenían a él como única mano que en el mundo amparaba y sustentaba su prole, después de Dios. Los vuelos intelectuales que tuvo han de ser más que suficientes para que la sombra de haber sido humano, le sea perdonada,.

 

Posteriormente, en fecha 3 de Octubre de 1987, en Moca, otro importante homenaje fue tributado al escritor Ángel Hernández Acosta, por parte del también escritor y gran compilador don Julio Jaime Julia, el Ayuntamiento municipal de Moca, la histórica ciudad del Viaducto, y por la Librería La Trinitaria, de don Juan Báez y doña Virtudes de Báez. Con una carta que lo acreditaba como tal, el poeta neibano ABRAHAM Méndez-V., se presentó a donde Don Jaime Julio en nombre del Dr. Hernández Acosta, a causa de los serios quebrantos de salud lo aquejaban.

 

El discurso central de oratoria estuvo a cargo del destacado escritor y poeta Alberto Peña Lebrón, prominente miembro de la Generación del 48 y que llegó a estar preso a causa de sus ideales estéticos y revolucionarios, contra la nefasta dictadura del General Rafael Leonidas Trujillo Molina. Aquella pieza de oratoria extraordinaria, es la mejor fuente que se puede aportar como prueba inequívoca de que el poeta Ángel Hernández Acosta ocupa un lugar destacado dentro de la Generación del 48. Con ello dejamos abierto la posibilidad de nuevas andanzas por los predios de la imaginación, de esta gran literatura regional dentro del contexto de la literatura nacional e hispanoamericana. Los dejo con el poeta Peña Lebrón, cuya amistad me gané aquel día 3 de diciembre del 1987, en Moca.

 

De ahí ha surgido todo este retrato transversal. Si hemos logrado aproximarnos a nuestro original propósito aunque sea en un tres por ciento de los objetivos, hacer un muestreo crítico de la retórica del poeta y narrador Hernández Acosta, nos damos por satisfecho. Además, espero que estas reflexiones sirvan a tantos jóvenes que me visitan para que les hable sobre el autor de Otra vez la noche, sin que ello implique cerrar la temática que nos ocupa, pues muchos trabajos literarios de ANGEL HERNÁNDEZ ACOSTA, en poesía y prosa poética, andan por ahí diseminados en revistas y periódicos nacionales y regionales, y es deber colectivo rescatar tan original aporte a las letras hispánicas.

 

 

“ANGEL HERNANDEZ ACOSTA

 

Por Alberto Peña Lebrón.

 

 

 

“Señoras, señores:

 

“Tengo el honor de trazar ante ustedes una breve semblanza del escritor Ángel Hernández Acosta, poeta, narrador, novelista, abogado, quien con su presencia esta noche entre nosotros, enaltece y dignifica el empeño que se ha impuesto Moca de rendir homenaje a los valores descollantes de la literatura dominicana.  Llega él hasta esta tierra Mocana después de recorrer largas distancias, desde el que una vez llamara Rafael Damirón “nuestro Sur Remoto”, tierra áspera y desafiante para el hombre, pero de encanto sin par, de soles ardientes que enervan los sentimientos y de cielos clarísimos que en las noches son desgarrados por la luz de las estrellas.  Desde esa heredad en que los seres humanos se afanan por sobrevivir, desafiando unas veces la furia de sus propias pasiones desbordadas, viene hasta nosotros Ángel Hernández Acosta, espíritu sensible al latido de su paisaje nativo y al drama en que viven sus habitantes, para traernos la fragancia de su villa natal, su San Bartolomé de Neyba, situada en la ruta de los huracanes, en la ruta de las invasiones del vecino de occidente y en la tempestuosa senda de nuestras disensiones civiles, alimentadas por un caudillismo frenético que en décadas pretéritas cubrió de sangre y luto aquella ardiente región del mediodía de nuestra Patria.

 

“Desde esa villa casi pastoril de Neyba, abrumada por la historia de sus gestos de valor indomable, asomada al espejo del lago Enriquillo y elevándose a las alturas celestes en la loma de Panzo y la sierra de Bahoruco, nos llega este poeta iluminado, este delator del drama humano, trayendo en la alforja de su espíritu muchedumbres de sueños e ilusiones, que ayer, en los días juveniles, le hicieron entonar la tierna estrofa de amor, la canción estremecida por el asombro de vivir, aunque rodeado por un muro de horrores y de quejas.  Escuchemos su voz, en “Grito en la Rivera de una sombra”.

 

 

“Era cuando el alba crecía en mis arterias,

cuando no había en el huerto

luceros desangrados

 

 

ni germinadas sombras.

Era cuando la voz tenía aquel temblor

de aguas inocentes,

y no sabía que el mar es el destino de la alondra.

Retorno de tu luz, fiesta

de auroras en la playa dormida de mis manos,

velero del amor

y la incendiada ausencia”...

 

(Cuadernos Dominicanos de Cultura, NO. 78-79, Febrero-Marzo 1950, Pág. 28).

 

“Poesía recatada la suya, de recóndita vibración humana, acunada en las notas bucólicas del paisaje exterior, pero matizada a la vez por el estremecido mundo interior del poeta, ante la evidencia de una cruel realidad que no podía desconocerse, aunque el corazón la rechazara:

 

“Era cuando el alba crecía en  mis arterias

cuando no había en el huerto

luceros desagrados

ni germinadas sombras. . .”

 

“Así escribía el poeta, en el 1950, evocando un hermoso tiempo imaginario en el que la luz primera del alba crecía en sus arterias, vale decir, en su corazón de joven soñador; un tiempo

 

“cuando no había en el huerto

luceros desangrados

ni germinadas sombras...”

 

 

“Pero he aquí que era mi otra realidad que circundaba entonces a Ángel Hernández Acosta y a los demás jóvenes poetas que escribíamos poesía en aquellos amargos años.  Porque el crimen, la opresión y la injusticia mantenían nuestra Patria sumida en la más horrible adjección, abrumándole de “luceros desangrados y germinadas sombras”, todo lo contrario de lo que como un ardiente anhelo manifestaba Ángel Hernández Acosta en el poema que comentamos.  Por eso aquel “Grito en la ribera de una sombra”, aparecido en los Cuadernos Dominicanos de Cultura, No. 78-79, Febrero-Marzo del 1950, junto con poemas de otros doce jóvenes de la Generación del 48, con una amable y comprensiva nota introductoria del criterio Pedro René Contín Aybar, constituyó una expresión de protesta, velada si se quiere, pero no menos cierta, al oprobioso régimen político que padeció nuestro pueblo durante 31 años.  Comentando los versos de estos jóvenes poetas, afirma Contín Aybar en su nota introductoria, lo siguiente:

 

“Cuando se estudie debidamente la influencia de nuestra

política en lo  social, cuando se determine el factor vida nacional como irradiadora para la formación del carácter y es lo que han venido haciendo, primero los historiadores y luego, los sociólogos podrá estatuirse el porqué, el cómo y el cuándo de la actual evolución literaria dominicana”.

 

“Y añade el crítico citado, a renglón seguido:

 

“No puede negarse que todo hombre es reflejo de su ambiente. 

 

Para existir realmente, uno debe situarse en su justo medio.  Y si el poeta—el artista---es “un resonador de la naturaleza”, no cabe duda hasta qué punto necesita vivir su época para darle a su poesía todo el espíritu, para traducir en ella, no el escarceo ingenuo del artificio literario, sino valerse de este artificio para expresar,  expresándose, su vida, la vida”.

 

“Estas últimas palabras de Contín Aybar describen, como si hubieran sido escritas para comentar la labor literaria de Ángel Hernández Acosta, porque su esfuerzo creador no se ha limitado al simple artificio formal, sino que ha penetrado en la zona profunda de la realidad, de la grave tarea de vivir, en todo su dramatismo desgarrador.  Y ello no tanto en la poesía, género que por sus características particulares resultaría estrecho para contener todas las inquietudes que laten en el cerebro y el corazón de nuestro autor, sino más bien en el cuento y la novela, en los cuales ha descollado con la publicación  de cuatro obras que le otorgan un lugar relevante en la narrativa dominicana: “Cóctel de Escenas”, publicada en el 1948;  Tierra Blanca”, aparecida en 1957; “Otra vez la Noche”, que vio la luz en el 1972; contentivas de cuentos y narraciones; y la novela “Carnavá”, publicada en el año 1979.

 

“La obra narrativa de Ángel Hernández Acosta se inserta y continúa la tradición que iniciaran otros destacados cultivadores del  género, como Freddy Prestol Castillo, Néstor Caro y José Rijo, enfocando al hombre y al paisaje de ese Sur sediento, de tierras blancas, de rebeldías montoneras, de ríspida vegetación, de necesidades y urgencias agobiantes, en el que la pasión es la ley de cada día pero donde nunca es extraña la ternura.

 

“Resulta conmovedora la forma en que estos narradores, con el denominador común de ser todos abogados, recogen la palpitación vital de ese trozo de nuestra Patria en el que vivieron en algún momento de sus vidas, y donde la naturaleza ha sido más avara con sus bienes materiales.  Allí la criatura humana, desvalida ante las fuerzas del destino, se muestra en toda su capacidad de lucha frente a los elementos adversos, sean éstos de carácter telúrico o de índole económica o social.

 

“Se ha dicho y repetido que la obra literaria tiene su fuente en el sufrimiento y el dolor.  Este aserto cobra validez indiscutible cuando examinamos los relatos y cuentos de Ángel Hernández Acosta, porque en ellos desfilan, en patética recreación, una serie de hombres, mujeres y niños humildes, azotados por sufrimiento y la desventura, pero con un enorme caudal de dignidad y riqueza interior, de vida espiritual que los rescata y eleva, por encima de todas las miserias y adversidades a que está sujeta la condición humana.  En estas narraciones quedan retratados, de una parte, cayucos y guazábaras, de magueyes y almácigos; y de otra parte, los seres que en él moran, o sobreviven, enfrentados al hambre, al trabajo agotador, a la explotación, a la  injusticia, al desaliento, a la enfermedad y a la muerte.

 

“Evocando esas criaturas tristes, a quienes la vida ha mostrado su cara más temerosa, al lado de la protesta social percibimos un recóndito  dejo de ternura con que el autor o la frente de sus personales, como si ante el dolor humano no quisiera darse por vencido, y dejara siempre abierta una pequeña hendija por donde penetre hasta el corazón de los que sufren un rayo de esperanza.  Por obra de esa actitud compasiva hemos visto el abatimiento trasmutarse en un renacer del espíritu, y lo que parecía una derrota convertirse en una victoria esplendorosa. 

 

“Cañamaca”, “Nube Negra”, “Tierra Blanca”, “Rosenda”, “La Sonrisa”, “Dígame Usted!”, “Los Campesinos Vienen Cantando”, son títulos de algunos de los cuentos de Ángel Hernández Acosta en los cuales la ternura, el amor y la esperanza disputan palmo a palmo el terreno a la miseria y al dolor, a la injusticia y a la muerte.

 

“La prosa narrativa de Ángel Hernández Acosta es siempre tersa,  llena de donosura, y en ella la mano del poeta deja sentir su presencia, en imágenes y metáforas siempre necesarias para expresar la hondura de un sentimiento o para describir un rasgo del paisaje.  Esa alta calidad verbal se percibe mejor en aquellos relatos de matiz folclórico, en los cuales la prosa deviene pictórica, llena de colorido, mostrando hábitos y costumbres de la región, así como creencias, supersticiones y leyendas que crean un ámbito mágico que sirve de telón de fondo al mundo en que viven los personales.  En tales relatos la paleta del pintor que hay en Ángel Hernández Acosta irradia luminosidad, mostrando su esplendor en la viveza del diálogo, en el rescate del habla común del pueblo humilde, en la descripción del panorama físico o en la expresión del mundo interior de los personajes.  Por obra y gracia de esa prosa el folklore del  sur cobra forma.  Perdurable, y el carácter recio de una región y de los seres que lo habitan es rescatado contra toda posibilidad de olvido.

 

“Quisiera ahora referirme, de manera especial, a la novela Carnavá, publicada por Hernández Acosta en el año 1979.  Pero para ello debo apoyarme necesariamente en el público comentario que de esa obra hace uno de los más calificados escrutadores críticos de la literatura dominicana actual: Diógenes Céspedes.  Afirma este autor, uno de los más parcos en el elogio de nuestras letras actuales, lo siguiente:

 

“El relato titulado Carnavá, de Ángel Atila Hernández Acosta, inicia como proyecto, la recuperación y reivindicación de la época regional en nuestra literatura.

 

“La escritura transforma lo que de información o signo retiene el pueblo en torno a un héroe nacional o local.  El escritor entonces devuelve a la sociedad, en forma de ritmo, todo lo que siendo mito o leyenda es susceptible de entrar como arte en la imaginación de los lectores.

 

“Es más o menos a ese proceso que Hernández Acosta somete el material bruto que quedó en la historia de Neiba en torno a la figura de Lucas Evangelista de Sena, pequeño héroe regional, general de la montonera, medio trovador-echador de coplas, jimenista, justiciero popular” (1).

 

(DIOGENES CESPEDES, “Reivindicación de la Época Regional.  CARVANA, de Ángel Hernández Acosta; EN “Estudios Sobre Literatura, Cultura e Ideologías”, editora Taller, Santo

 

 

 

 

Domingo, 1983). Pág. 179/180.

 

 

“Esa es la forma escueta, pero rigurosa, en que un investigador literario reconoce el valor textual de esta novela.  Pero Carnavá es eso y mucho más, aparte de constituir hasta estos momentos la obra mayor de la producción literaria de ANGEL HERNANDEZ ACOSTA.  Porque en ella el instrumento expresivo del narrador ha logrado su máxima puraza y eficacia, tanto en el ritmo interior del relato como en la articulación de los sucesos y en el fluir imbricado de diálogos y descripciones, en un contrapunto magistralmente logrado.  En Carnavá el cauce narrativo es despojado de todo ornamento innecesario, para quedarse en la materia pura, para concentrarse en las notas esenciales a través de las cuales se dibuja la figura vigorosa del personaje es una prosa constantemente móvil, que se despliega, se agita, se hace intensa, medida que el relato avanza, que los acontecimientos se encadenan, en una secuencia ininterrumpida, en un movimiento vivaz, increscendo, hasta precipitarse hacia un final majestuoso.

 

“Carnavá es la novela que exalta el valor, la dignidad, el amor propio, el orgullo viril del hombre dominicano, hechos materia perceptible en un personaje de carne y huso, pero tan de leyenda como compadre Mon, y al igual que éste, jinete bien plantado, galante trovador, danzarín de gallardo porte, amigo del amigo, enemigo de la injusticia, siempre amoroso y tierno con la mujer y con los niños, intrépido y audaz ante el peligro.

 

“Largas horas de revisión crítica, de cuidadosa poda, tomaría al autor la condensación final de su relato novelesco, aligerando su texto de toda adherencia ineficaz, de todo aditamento vacuo, para entregarlo ágil, desnudo, con la gracia de una criatura perfecta, en la cual forma y contenido se confunden íntimamente en armónico acorde.

 

Con Carnavá la obra narrativa de Ángel Hernández Acosta alcanza mayoría de edad plena, y un lugar indiscutido en la literatura épica dominicana.  Y en esa novela singular, no es sólo el sur remoto que se muestra a nuestros ojos, a través de las luchas, las pasiones, los conflictos y confrontaciones, los amores y las quejas de sus hijos; porque en sus páginas, trabadas con fervorosa dedicación, junto con el aliento vital del personaje nos llega el latido del alma nacional y la inigualable fragancia de nuestra tierra. “HOMENAJE A ANGEL HERNANDEZ ACOSTA

MOCA, 3 de Octubre del 1987.-)“

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