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CAPITULO PRIMERO DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

CAPITULO PRIMERO DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

I


                                                                      LA VIDA SON CRUCES de caminos, Artajerjes, cruces de caminos. Es la convicción a la que hemos llegado hoy,  hablando con Gala de San Juan y Pedro del Lugar.  Más aun en esta época de abandonos, de derrumbres, de globalización del amor.  En este terruño de poetas que puedes contarlos  con esta mano y te sobra el dedo más largo. El mundo es una aldea;  y  una ciudad con cara de conuco se proyecta sobre el mundo entero desde el monitor de los sueños. Este es un terruño de poetas que casi nunca han necesitado plasmar un verso,  ni  eternizar una página en blanco, para devorar aquí, dentro del pecho, el paisaje agreste. Te veo saliendo de norte a sur, o del sur rumbo al norte, y en la misma geografía del dolor veo partir a Montalba del este rumbo al oeste, o viceversa, y entrambos haciendo, digamos, caminos al andar. La vida como dos grandes caminos de una idéntica magnitud, con pequeñas lágrimas de acacias filtrándose en su camastro de río de agua seca,  ha tenido aquí, en esta carne estremecida, sus cruces de pasiones eternas. Y es que el amor no se provoca sino hay dos corazones tocándose, oprimiéndose, en sueños, ardientes. Quizás


 acontezca que mañana podamos advertir esta imposible rosa desmayada; quien va del norte al sur o viene del sur al sorte, o en círculo, no sabe que sigue ¡ahora! al eeste desde el este, al contrario, o en círculo con el viento, inmerso el uno en la existencia del otro. Llenos  de fe, buscan amarse y no saben cómo cruzar sus miradas jubilosas. Desde el extremo opuesto, bajo las afluencias del ideal invencible, ha bastado para ello de un cruce de caminos sin ese a veces que es casi siempre aquello que no casi siempre nos acoge al final de la vida, cuando estamos ya a dos pasos de la tumba y comprendemos, comprendemos todo, todo en absoluto: ¿cómo y por qué no hemos podido vivir de tal o cuál forma, entonces, hasta la fecha, fatal?...   Sólo en este último instante de plena lucidez en la vida del hombre y de la mujer, cuando el aire falta ya en el alma, acontece al caer de una a otra espiral de las X o de las Y en las coordenadas cartesianas vuelto polvo sobre el polvo de la tierra, borrando las sombras del alma,  somos cuando  dejamos el trajín vano de la existencia, y tomamos esa altura íntegra y desgarradora del sol : una individualidad invisible, la unicencia de las vírgenes fatuas que nunca jamás debimos haber sido...

 

Aquella cruz de pesadillas alzará vuelo un día, como ave de luz meridiana. Bandadas de pájaros batirán las alas del sol a nuestro paso desde que el corazón teja sus cabriolas sin par por los bosques sin sequías del ensueño.  Montalba siempre estuvo para comulgar contigo la caída mortal. Después de esa india de extremada feminidad, no volviste a amar con semejante idealidad romántica. No; pensabas entonces, viendo como te criaste, con un sólo padre,  permanente, una madre bienaventurada, un mismo hogar siempre, que debías en toda tu vida tener una sola mujer, sin barraganía, pero


todo ese sueño apocalíptico se fue apocando aquí, en tu pecho;  y Vargas Vila, aunque no penetró su ateísmo, sí dispuso tu alma nomás para los requerimientos de la carne.  Motalba era el ideal


perenne:  poco importaba que el café nocturno de las estrellas te dejaran sin párpados, porque el poeta insomne es la invención del sueño. Después, me cuentas, te enamoraste de Petra, de Iraída, de  Xiomara, Leoncia, también de Ilona, amores imposibles. Oye, como eran las cosas antes, y tú tan pobre, no te ibas a exponer a las burlas si osabas declarar ese amor loco, ¿no? De todas, Petra fue la única que sintió a profundidad tu hoguera de deseos. Petra insultaba a todos en la secundaria, ubicada entonces en una casona de esquina enfrente al parque, y ya Montalba se había marchado de la ciudad del sueño,  su padre había sido trasladado y ascendido a capitán del ejército, y no la volviste a ver sino mucho tiempo después, cuando cursabas en Santo Domingo tu superación académica, ¿sí?  En verdad, Petra se te antojaba como una paloma secando sus plumas hermosas bajo la luz meridiana del goce carnal. Pensaste decirle algo tú también, a ver qué ocurría, y te ponías, en efecto, en la cosa, y sucumbiste en un mundo de sombras de muerte cuando ella te contestó el piropo, diciendo: Eso es imposible. Tu no eres digno Artajerjes, de tomar mi nombre en tu boca.  El sol de la hora del recreo ardía como nunca sobre el plantel escolar,  y  la gritería de los adolescentes discrepaba con la mirada psicorrígida de los antiguos maestros. Al año subsiguiente, Petra pasó a pertenecer al cuerpo juvenil de la parroquia, donde tú eras ya distinguido, a pesar de la falta de vestimenta, y buscó tu amistad. Allí había una excusa para sentirse tu aliada y someterse a tí, aunque luego en la calle, en el liceo, en el cine, en fin, en público, al principio, omitía saludarte , no contestaba tu saludo: en una ocasión sin embargo ella dijo que deseaba tenerte de enamorado para ponerte a brincar y dejaras de ser tan qué sé yo: en otra ocasión expresó que


tú eras su novio, y tú, Jerjes, ya no la querías, o no sabías si la querías aún. Integrándose allí donde tú cumplías tu deber de joven católico, era lógico que también se embonitara sin maquillaje, únicamente para recorrer contigo las comunidades cristianas, e impresionarte, y era aquella una amistad tan pura, una amistad sin término tan llena de ingenuidad que jamás asomó a tu memoria la vieja ofensa. Eran como niños que olvidaban al rato sus mayores ofensas, reencontrándose luego como si nada hubiese pasado... ¡Oye!; sólo una tarde de bolibol pareció tu corazón llenarse de orgullo. Fue en la cancha de la Iglesia;  ya Petra habíale dado amores a José Antonio, la viste de turno junto al entrenador, delante de la fila y camino al pie de la maya, lista para repeler el ataque, y le pegaste un quilín en pleno rostro. Tu estatura era una cosita así, pequeñita, pero miraste su rostro radiante, calculaste maliciosamente la altura inalcanzable de la maya, y le pegaste, de un salto, ese quilín en pleno rostro... Oye, hoy, con todo lo que ha pasado y creciste después, ni por pienso podrías volver a repetir semejante proeza. Ella te miró fijamente, escrutadora, como recordándose de la indigna ofensa de que no eras digno de tomar su nombre en tu boca y ¡mira!, tu misma sorpresa por el insólito manotazo la sacó de quicio, y ello la  obligó a  abandonar sin rencores la órbita    sombría     de     su     derrota.   Petra   casóse luego  con   José Antonio y ella no fueron felices. No fue Petra Felíz, empero, tu amor siempre soñado, ni fue Xiomara, que no casó nunca, tampoco fue Ilona que quedó sin destino desde que la cazara un hijo de un oficial que fue su primer novio y la dejó sin pito y sin flauta después de tres abortos ¿no?  En el fondo de cada acto corpóreo, Petra simbolizaba  el puro amor carnal. Pero la chispa recóndita de tus largas elucubraciones no era sino el vacío.... el dolor profundo... de la ausencia aquélla... ésa muerte engendradora de más muerte... y sólo de más muerte, hasta dejar de ser inclusive esta presencia de estrella de los huesos blancos de la memoria....

 

 

Camino a casa del hijo adoptivo de la poesía tuvimos muchas vivencias. Antiguos poetas, hombres que de jóvenes escribieron una que otra carta en versos, pero una vez logrado el matrimonio, si no la burla del matrimonio, olvidáronse de la poesía  y su mundo de fantasía, adolescente. Cuando ya  el astro rey se ha perdido tras las sierras morenas, ellos salen día tras día, como quien no quiere la  cosa, sin fijarse en nadie, por la vera de  la ciudad del sueño. Yo diría que somos una ciudad que se siente cerca cuando está lejos de sí misma, contemplándose desde el filo de  un espejo.



Al igual que tú, Artajerjes, como que nunca renuncian a cada instante al poema nunca soñado y que, sin embargo, les preocupa. Son dolores de conciencia del paisaje agreste, ¿no? ¡Verdadero amor por la patria chica! Señor, ¿qué es la vida?, les preguntan siempre los niños, cuando pasan por allí. Ellos, antiguos servidores de la tiranía que durante décadas recibieron al pueblo desdeñosamente, con el penco mataburros, de ésos Larousse ilustrados, sobre el escritorio de caoba, respondían a los niños de la misma forma en que hablaban en la oficina, así, como desde las nubes de los cielos inútiles de los cascos urbanos, diciendo: La vida, decía Calderón de la Barca, la vida es sueño. Eran la respuesta que daban a los niños cuyos nombres anotaron con errores en la oficialía del estado civil para luego, cuando vengan sus padres con el peso en la mano, darles una certificación corregida, desaparecían la sentencia de rectificación  y dejaban el libro con el mismo error material, ¿no?. Continuaban la caminata de gallina culeca gozando la calor permanente de un nido de huevos de mojones de bacá, esperando que los niños crezcan y vayan adonde ellos con el peso en la mano, cuando el cargo lo ocupaaba el heredero del empleo, por la rectificación definitiva. Pero tú, ¡Oh Artajerjes!, tú has sido más preciso. A la misma interrogante de los niños, siempre contestas: La vida, hermanitos míos, la vida es una pesadilla, y sigues tu ruta de hombre sin párpados, de corazón en ristre. ¿Dónde vive Pedro La Mía?, procuré yo saber.  Un niño que rodaba con su manito tiznada un neumático de motocicleta levantó el bracito y apuntó la casa alta, alta como una paloma volando a ras de cielo y paisaje barrial.  El traspatio deja ver  la copa de los árboles, por encima del zinc de la casona. Algunas chicas vestidas con pantalones chiclets; minifaldas y blusas de carnes desnudas y cuasi transparentes, desde la galería de la casa de enfrente, nos dieron un terrible golpe sensual. En éso, nos pareció que alguien dijo, de paso: Hum, ya son las palomas las que le tiran a las escopetas. Y tú con los nudillos tocando la puerta de Pedro La Mía, rezongaste, diciendo: No son tiros de palomas a escopetas, Pepe, se burlan porque no andamos de casco rapáo. Pedro del Lugar, el hijo adoptivo de la poesía, dormía tirado en el piso con una almohada de cabecera y un libro de versos estrujado, y saltó entusiasmado por la visita, abrió la puerta y nos invitó a pasar. Entramos. Como si el hombre sin la existencia de la música no fuera nada, cogiste la guitarra del clavo de la pared de tablas de robles, sin fijarse siquiera en los diplomas y retratos familiares,  salimos al patio.

 


 

Pienso en Pedro del Lugar, el hijo adoptivo de la poesía, cuando estoy de nuevo en casa. Nunca antes le había visitado, a pesar de lo amigo que fuimos en la secundaria. Ignoraba yo entonces quiénes eran sus padres. Ahora los conozco.


Cuando entramos a la casa de Pedro del Lugar y lo seguimos hasta el traspatio sombreado, todavía las chicas chiclets nos gritaban, filteándonos.  Nos quedamos bajo la mata de más al fondo y al rato volvió con las sillas,  luego  trajo vasos, hielo picado y medio litro de bambacú, para adorar a Baco. Para los parientes de Pedro La Mía, éste va camino a la locura, no sólo porque ha abandonado la milicia y ha decidido hacerse amigo de los buenos autores, de las  lecturas matrices y formadoras, empuñando con inexplicable amor su guitarra criolla. Sino y sobre todo, ¡Oh Artajerjes!, porque solamente tú no sabes qué está pasando con tu ilustrada memoria, después de tantas drogadas, hijas de tu imposible amor por Montalba, la india de extremada femenidad que quisiste salvar... Con sus pitos y groserías con los


  galanes barriales y sus burlas hacia nosotros, aquellas chicas plásticas me acuerdan el triste final que me contaste de Petra, ¿no? Ella se dejó con José Antonio después de un par de niñas bellas  porque la enseñaron desde niña que él, o cualquiera que sea como José Antonio, periférico, era poca cosa para ella. Sin embargo, cuando casó con un grande según la misma orientación tradicional, fue a Petra a quien abandonaron por chivita, ¿ves? ¿Y las niñas? Las vuelvo escuchar, desde el fondo sombreado del traspatio...   Vendrá sin duda un día en que tendrán que hablarse o plasmarse las cosas con un nuevo signo, con el corazón en ristre, con una palabra suave y tan sana, tan tierna y tan simple, como un verso de poetas enamorados o tan claro como los ojos de estrella de la amada inmortal. Y es que la vida son cruces, cruces de caminos. Mas no comprenderán, ¡Oh Artajerjes!, no se comprenderán los cruces de pasiones tuyos hasta que aquella palabra  tan negra que alguien podrá pescar en las aguas de noche de la emoción, salte abundante del corazón de paja, hasta otras almas encendidas de olvidos  como el plumaje josco del amanecer. ¿Pero qué será de la Margarita sin fuerzas para salvarnos, precipitada a los guasares que hacen de un  ser una caja de esperanzas debajo de la cual hay una frente en alto? ¿Pero, quién osará reparar ese aparato de sueño ya sin bocina ni nada en su centro de música perenne,  que apenas sirve de adornos en algún rincón de mentes de trapo? ¿Volverá a sus padres, tan buenos padres que olfatearon a tiempo al ladrón que sustrayendo la reina del juego de ajedrez del hogar?  

 


¿Volverá a la universidad, al liceo, al instituto, en fin, a la Iglesia, o  sazonará los calderos de la esperanza con ésa mano única de dedos destiladores de miel salvaje de fugitivas estrellas desde el fondo más terrible de la noche? Como el chofer que no se distrae mirando a  los lados por la veloz autopista o por los  recodos  de  mala suerte, tal vez esquivará ella el mundo de negros horizontes  conque los hombres suelen cubrirse los pies horadados? Al final de todo, no todo será como si nada hubiera sido, ¿no? ¿Quién visitará, celoso y vengativo, sobre los hijos de los hijos hasta una tercera y cuarta generación, los desmanes primitivos del árbol genealógico? Mejor sería, pues, buscar las viejas sendas, la estirpe  selecta de nuestros mayores a puntos de morir. Ellos saben cómo debieron haber sido para poder ser felices en este recodo de la cruz. La felicidad es el fin último del hombre y de toda mujer, que es la madre, dadora del cromosoma X  o la conexión del cerebro del hombre con la inteligencia de Dos.  Montalba asiste a las aulas de tu memoria cuando digo, sí, mujer. Gala invade mi corazón, y una estatua cobra vida distinta, porque Pigmalión, rey de Chipre, la soñaba con una vida distinta al mármol eterno de que estaba hecha poema por Afrodita. La chica  chiclets, es una niña que todavía levanta un castillo de arena en las serenas playas de la mano, cuando las olas hablan en plural.  Esas vidas jóvenes jamás deben terminar en la mano de un amante alevoso. Debieran de reflejar esa sonrisa a flor de seriedad de los verdaderos cristianos, y no optar unos por terminar con la existencia del otro, como quien destruye su propia hoguera. Son vidas sin el encanto del sol al despuntar, sin la redondez de oro de la luna cercana. Vidas que son sirenas cancionando allende mar y que secarse no verán la mar del planeta, ni verán caer la luna del ojo, ni la explosión de los volcanes, o morir la vegetación cósmica por los inundados continentes como  sólo océano de desgracias. Tampoco  tendrán la tierra como una lágrima feliz en el espacio infinito de sus interioridades. Nomás verán derrumbarse el castillo de arena de sus propias existencias. ¡Un castillo de paja, incendiado! Ya los progenitores habrán dejado de amainar las pulsaciones del ocaso bajo el marco del hogar en penumbras ni esperarán divisar en el horizonte el rostro marchito buscando por la luz redimida del hijo pródigo de tus visiones.


No. No; la guitarra y los tragos de bambacú, entre chascos de esquinas y poéticas  canciones, hicieron olvidar a Pedro del Lugar la idea de recontarnos el sueño en que un ángel, después que Pedro  le rechaza un puñado de dinero, le dijo: Lo que no es del agua el agua nunca se lo lleva.  Entonces Pedro me dijo: Pero José, ¿es que usté no va a coger olor a hombre, esta bella tarde?, y olvidé aquellas historias, y viste cómo me refugié en la carta que Gala de San Juan me había enviado. Dejar las bebidas alcohólicas es una decisión libérrima mía, aunque aún me parece oír a Pedro del Lugar insistiendo una y otra vez.

 


¡Cómo va a ser, poeta? ¡Beba! ¿¡Beba!? La mejor poesía  es hija del trago fuerte. Usté mismo me contó la vida de Rubén Darío, Bazil, Apolinar Perdomo, ¿no?

 

Bien está que no beba, si eso quiere. Deja quieto a Pepe. No lo ataques. Pero eso sí, que nos hable de los poetas malditos, como Byron, Rimbaud, Jacques Vachet...

 

Muertos jóvenes, casi todos.

 

Sí. Imagina. Pero Rimbaud se ganó a Marx, Marx dijo que  había que transformar el mundo. Rimbaud dijo que primero había que cambiar la vida. ¿De qué valen las transformaciones, sin que no haya la vida del hombre experimentado un cambio verdadero?

 

Derrumbe del muro de Berlín. Transformaciones...

 

El fin de la Guerra Fría... O el inicio de un mundo unipolar, ¿no?

 

La noche empezó a caer definitivamente. Solitaria es la ciudad, como una mujer ebria. De cuando en cuando alguien nos saludaba; aun cuando la iniciativa era nuestra, ¡Oh Artajerjes! Aunque no te leí la posdata de la carta de Gala, con motivo del mínimo recital, pudiste comprobar que era  la firma hermosa, única. Pero realmente, si no me lo hubieras recordado, después de aquella tarde de amores dormidos en casa  del hijo adoptivo de la poesía, tal vez,  como pasa con todo en la vida, no lo hubiera hecho otro día.


 

Amigo Pepe, tienes un gran don: eres vidente., ¿Te has dado cuenta de ello?  Hablas como en función profética, ¿sabes? ¿Y la carta de Gala? ¿Me la puedes leer, amigo? Prometo dejar libérrimamente el alcohol, porque,  ¿ tú sabes lo que es quitar la vida a miles de nacionales haitianos, y vivir ahora los dominicanos, con la conciencia limpia, carreteando el  bambacú haitiano... ? ¿Haitianos?; con decirte que en el Batey Central en Barahona, una bruja haitiana que  despachaba jugos a los niños de primaria se sacaba la sidosa  sangre con un jeringa y la vaciaba en los jugos y la Directora de la escuela, al descubrirla, la hizo presa, pero hay tres aulas de niños que son un cementerio de angelitos del otro mundo, ¿no? ¿Y las autoridades sanitarias no han prohibido a los haitianos vender comidas en las calles de la Patria de Duarte? ¿Eh?, já, já, já. ¿Acaso no vienen desde Haití los terribles montantes de la tercera guerra mundial, el Sida, la Malaria, el Dengue hemorrragico, o mejor, infecciones tropicales que fueron erradicadas mucha ha...y ni decir del estado fallido y del terrorismo africano?.

 

La luna estaba, entonces, en cuarto menguante;  ¿te recuerdas?... ¿No?       

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