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CAPITULO III, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

CAPITULO III, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

III

 

 

OBRAS QUE SON AMORES, y no viejas razones. Y es  verdad, Gala de San Juan. He soñado, he soñado cosas bellas de nosotros dos. Mas, Pedro del Lugar, el hijo adoptivo de la poesía, llevándose de esas rancias cábalas de Artajerjes, me ha explicado que no, que ello significa que en definitiva no habrá nada entre nosotros dos. ¿No crees cierto, Gala, que no debiéramos jamás soñarnos uniendo nuestras almas  al alma, ardiente? ¡Oh? Mirad en derredor tuyo: “Qué es aquello, Gala?” “ La Piscina de La Azufrada. Recién construida, donde podremos encontrar la mejor suerte de otros astros allenderos” “¿Y estas cosas de madera con piso de cemento, ¿qué son Gala?” : “Canoas, canoas para pescar e ir a la Isla Cabritos” .”¿Y si nos mirasen desde el ojo azul del cielo, en esta playita de rojirosados caracolillos de la mar o en este penco charco con ríos de luz en tu mirada y peces de oro en tu corazón, ¿qué somos entonces, dime Gala de San Juan, qué somos entonces?” ¡Ah sí sí!, me respondes ahora con tus risas y sonrisas de luna llena sobre las  rizosas aguas


de noche del mar de Paraíso, donde vienen todos los océanos del tiempo a limpiar sus pupilas o a dejar con el sol sus sueños tornasolados al pie de las abismales costas de tus ojos. Somos, en definitiva, Gala, somos la inmensidad, espejos rotos donde el Universo se lava, a ratos, el rostro de siempre, y adquiere conciencia de su albedrío cósmico, cuando nos miramos ante Dios con verdadero amor sobre la tierra. ¿Y cómo ha de ser imposible por una cábala popular acuñada por nuestro Artajerjes, toda esta ardiente pasión que más tarde nos impulsará a Las Barías?. Y en medio del espanto de la música electrónica y la lujuria del mundo, en tanto una chiva come moro de guandules en la palma de la mano de un nativo de mediana edad completamente desgreñado y aceitado y con aretes en las morenas orejas, y una turista de rubios cabellos los retrata a color con verdadero gozo público junto al aplauso general de los bañistas criollos a la vera de la fuente amurallada de Las Barías, a nosotros dos, en cambio, sobre una gran raíz de baría, nos bastará la lectura reiterada del CANTO 2 de ALTAZOR, del gran poeta chileno. ¡Inmortal! Justo con Gabriela Mistral , Pablo Neruda y Alberto Baeza Flores. Asimismo, nos bastarán los rahelos del sol naciente entre los verdes ramazones de los altos árboles centenarios, y el arrullo del arroyo de friísimas aguas cristalinas por los finas arterias de los camastros de piedras cambiantes para glorificar tu nombre antillano al caer a la redonda fuente contenida como los mares de luz que te retienen, y seguir pecho adentro de tu suelo árido y montañoso, tremendamente árido y montañoso y de moratones de aguacates en sus colinas de piedras, pero ¡de pronto! (¡Oh Isla, Isla Cabritos!, ¡Oh Caritas, Caritas Indígenas!, ¡Oh dulce, dulce Azuey!), un Edén de eternidades insospechadas bajo el fulgurante cielo, azul


 

El universo ambarino de tus ojos hermosos de mujer se ha fijado en este gran Lago antillano, y junto a tí, o en sueños demoledores este corazón que te emula loco, como aquella blanca gaviota que ahora sobrevuela sus aguas perdiéndose en la inmensidad de tus pupilas hasta que sus alas poderosas alcanzan los bordes del horizonte de las sierras lejanas y llanuras salobres e inhospitalarias. Cuando os toque morir un día lejano de estas vidas, ¡Oh no no!, pensadlo bien, pensadlo bien, y no entreguéis el último destello estremecido de tus ojos hermosos de mujer sino cuando el aire, al faltarte ya en el alma, os acuerde que entre estas sierras y el Lago dejaste como un huevo de caimán tu corazón en fiesta hasta los postreros truenos del mundo, y su nueva rondalla lunar... Entonces, ¡Oh entonces!, cuánta sensación de tristeza... de ahogo..  en medio del sur remoto, y bello, como esos sueños grises llenos de resplandores cósmicos, en donde un ángel de muerte lo retiene todo, todo Gala de San Juan, salvo este amor que ha hecho nido sobre el juego de tu piel de temblores trascendentes!



Y las sierras sucesivas del sur, ¡miradlas!, elevadas hasta la inmensidad de tristes nublazones de polvos; son cárceles-valles cuyos muros marroquíes detienen el paso del hombre sobre el crepúsculo. ¡Oh, leyendas de los peladares! Helas aquí, Gala de San Juan, las sierras sucesivas del sur, miradlas, son tan bellas, tan tuyas y mías, y de todos............  Miradlas, con sus montañas de piedras, sus cielos de piedras y sus suelos de piedras y áridos y tejidos de cactus y cambrones de pesadillas. Sí. Miradlas desde esta playita de caracolillos del Lago Enriquillo, pues nos perdemos ya entre los árboles para zambullirnos en La Azufrada y quitarnos esta sal de mar y así partir, tal vez, a Las Barías, si logras convencer a La Madre Anacóbera  para que extienda el territorio de la gira juvenil, siguiendo, estos mares sin salida, bordeando los horizontes playeros que se recogen con la sequía  como vientre de mujer a punto de dar a  luz, o continuando esta lección de naturaleza como si arribásemos al planeta Marte, ¿no?  Y tú custodiándonos junto a La Madre Anacóbera, y tú dejando tus deberes para venir conmigo a comulgar la poesía de este arroyo enamorado del amanecer. Porque aquí, Gala de San Juan, justo aquí, entre las sierras de Neiba y la del primer grito de libertad de América, con la muerte desde siempre reinando en el útero de los abismos, es que yo nazco, cuando apenas las palomas del tiempo imploraban no ya dos pesos sino cien pesos de agua para las cañadas, amando las lluvias de mayo remojando la tierra y corriendo bajo las alturas por las cañadas de mujer aunque los cielos permanezcan secos y estrellados. Desde luego, en Macorís del Mar gustaba yo de repentinos chubascos  como ésos, ¿no? ; que, camino a Juan Dolio, o de Caucedo, o próximo a cualesquiera recodos de mar  o paisaje, caían inesperadamente del acolchado cielo tropical. Pero detrás del bus, lo mismo que más adelante de la autopista, no aparecía ningún sitio mojado, y así casi siempre. En tiempos de lluvias, éstas caían semiverticales, como una torrencial llave sin zapatillas, hasta que el mar quedaba vuelto una masa ciega de horizontes de hielo bajo el blanco camisón de granizos.

 


En uno de esos tiempos de firmamentos desplomados en  que aún tú no habías pisado con tu pie de gracia el suelo de la República, ni te habías sorprendido viendo el humo del ingenio en zafra cruzando... aquella ciudad condenada a desvivir volcada hacia el mar. Era la tempestad de diciembre ochentiséis, a meses de la fiesta de graduación, y poco importó desafiar el holocausto. Entonces yo estaba allá en la tempestad de diciembre, mirando el blanco camisón de granizos, creyendo el universo como sumido en lentos diluvios, de ciegos relámpagos, de ciudad unida al mar, o de mar volcado sobre la ciudad impura, en tanto las camas nadando como peces y los hombres como niños temblando en las aceras de la lluvia, y por doquier ¡mira!, resucitando el amor, el amor universal. Aquellos fueron tres días de incomunicación cósmica, de desenfreno celestial, de Dios ido en orines después de la piedra del riñón planetoide. Ríos de pueblos sin desagüe., ¿Y las aguas? ¿Viste las aguas sobre los topes de Miramar? En tí nacía una alegría de sueños de pescador que te hizo salir afuera de la casa del mundo, y viste al pequeño Dios inventando un desagüe de arco iris, como quien inventa el sueño de las viviendas de ayer bajo la dureza impía de la misma tempestad. De ahí que se amortajara el mar y que las gotas de arenas celestes descrestar las bravías olas, hasta que volvió el nuevo día, y la ciudad se tiró al lodo para luego correr despavorida: era el segundo holocausto. El tercer día de la tempestad no pudo detenerme, y partí en un viaje suicida. El ómnibus por carreteras invisibles, a media noche, parecía un viaje al cielo.........  Quizás de haberme conocido entonces, no me hubieras imaginado destrozado en Tamayo, ni derrumbado en Fondo Negro, ni sin puertas en la boca de Barahona, ni volcado en las enturbiadas  aguas de Las Marías. Pero me hubieras imaginado horas muertas rescatando a Santo Domingo, cual vehículo embuchando El Malecón. Quizás era imposible que me creyeras  en un rincón lleno de frío. Más he aquí, Gala de San Juan, que a pesar del pre-tiempo de esta gran amistad, el mar volvía a hervir en su hoya  de presión. Porque desde su empuje de olas bravías el mar parecía impulsarme hacia tu misterio de rosas, Gala de San Juan, y con la esperanza excelente de tus flores, de tus costuras y bellos encajes después de las jornadas liberacionales de tu mano de seda enrejada y apenas visibles sobre el volante de la veloz camioneta. ¡Una hermana eternamente recordada en el mundo eternamente verde del Amor, de la Amistad!


 

Y es que es verdad que las obras son amores, Gala. El mar me impulsaba hacia tí. Era el pre-tiempo de la tempestad de esa gan amistad. Me pareció encontrarte como quien cree, ¡de pronto!, tener frente suyo a la hermosa Helena. Cuando uno viaja a una ciudad con aspecto capitalino, contrario a la “patria chica” que uno concibe como si fuese un solar de otro planeta, uno entonces toma conciencia plena de la libertad. ¡Ay!, si nos perdemos en la rutina olvidando los atributos hogareños con los cuales nos identificamos. Entonces somos, o no somos. Aquellas horas de universitario a puro folletines y fotocopias de sueños hundidos en esos suaves y aristocráticos divanes de la BIBLIOTECA. Aquellos poetas cuya predilección por los franceses y los griegos y los postumistas y del propio Capitán Coiscou Weber era más evidente. Mi yo se volvió nosotros o ustedes, como una visa para sobrevolar todos los cielos.

Aquellos sobrecogedores plenilunios en El Malecón, cuando no eran esos día de noche de alta poesía hasta la madrugada del mar. Son más que emocionales, previo a tu llegada desde San Juan, de cuya  literatura, teatro y poesía nos hablaste después del mínimo recital que presenté en el antiguo Colegio...  Mientras estos corazones no terminan de extender un arco de fuego de horizonte a horizonte, y por siempre jamás.

 


Camino a Miramar, se abre El Malecón a los empujes del mar con sus muslos de bahías...  En los atardeceres, lo mismísimo que a primeras horas de la mañanita, el mar sereno se extiende hermoso, magnífico, tornasolado, azul profundo, violeta, eterno, hasta donde los barcos del corazón prefieren la inmensidad de sus sueños. Al término de aquellos irrepetibles atardeceres, la noche avanza, y el mar cobra nuevos bríos. La luna llena inaugurando sobre el mar otro espectáculo bellísimo bajo el luminoso manto de estrellas. Se sabe de turistas que desdeñan la bacinilla de oro para mear por las persianas de un hotel a orillas del mar, con el corazón opreso por la celosía de la luna grandota y el insólito rosicler... El cinturón de humo blancuzco del ingenio en zafra cruza la gran ciudad como serpiente infernal mordiendo de canto a canto las dos ramas de luna de la noche de muerte. En Miramar, en cambio, un temblor de carnes ahumadas sobre las brasas encendidas conminan al amor, y a la vida. Más allá de los chimichurris o de los ardientes Macorix, en donde el mundo es otra cosa.

 


Y de Santo Domingo a San Pedro, o viceversa, lo mismo que bordeando ahora el Lago Enriquillo en esta guaguabanderita, nunca he viajado sino sentado a una ventanilla como ésta, que da a las inmensas aguas temblorosas sobre la costa de arbóreas aves volando veloz junto al cristal de sombra de la vida, como una gaviota a ras del mar y paisaje del trópico. Llorando me despedí de la habitación donde viví. Ante la puerta del fondo del patio, en los confines de la mata de aguacate, me despertaba cada nuevo día un hermoso pajuil, imitando el canto de los gallos al amanecer, y no vaya el sueño a coger en el lecho de muerte a los trabajadores de la Zona Franca, ¿no? Y así. Camino a la Universidad, el mundo es otra cosa. Una tarde de esas en que iba admirándolo todo por la Prestol Castillo, de vuelta a la BIBLIOTECA llovió, llovió copiosamente, y no hallé sino mansiones y casas de concreto, casas de amplios frentes con bellos jardines y palmas africanas, y enormes perros rabiosos de guardianes libres, y entonces, comprendí entonces tantas cosas a lo largo, a lo largo de aquella calle de añoranza que recitaba metro a metro la historia de la ciudad del sueño. Comprendí que había permanecido dormido. Todo aquello, ¿qué era todo aquello? ¿Qué era todo aquello? ¿Qué era todo aquello? ¿Muerte? ¿Hielo?

 

¿Aterradora indiferencia? ¿Culpa de hambruna barrial, y callejas de lodo? ¿Y los poetas? ¿De qué lado está la poesía? ¿No es la poesía la confirmación de la Humanidad?  No sé, Gala. Pero todos aquellos universitarios del sur remoto, éramos ya letrados. Pero desde allí alineándose en círculo en torno a la fiebre del níquel. Todos, si no es por la intervención obligatoria de la lunita del traspatio con un sombrero de paño de roca en la punta más alta de la espuelita, todos iban a ser devorados sin compasión ¿si? Pero todos nos arrodillamos a tu presencia, Gala de San Juan, dando gracias a Dios por los siglos


de los siglos.. Amén. Añoro, empero, aquella paz laboriosa, aquellos estudios afanosos, aquellas amistades de los cuatro puntos de la República, en Macorís del Mar, Gala.

 


Después de aquel chubasco repentino, me dejé caer en uno de los sillones aristocráticos más solicitados de la BIBLIOTECA. Entonces pensé: “Volveré a la ciudad del sueño”. Ignoraba esta pesadilla sin término, milenaria, volcánica, y es mayor mi añoranza  por Macorís del Mar. Pero ya tú rompías los espacios de las Islas,  Y aquí me tienes, Gala de San Juan, aquí me tienes. Como Dios ha querido. Otra tarde, de vuelta a la BIBLIOTECA, Don Hazin iba por los pasillos dando bastonazos debido a los malos modales de los provincianos que desdeñaban la BIBLIOTECA o pisoteaban la grama del campus universitario o se escondían con el libro arrellanados por los jardines de la esperanza. Sin embargo, nadie creyó que el mundo no se estaba acabando cuando se escuchó el “Tum” seco y tremendo de la Estatua de Don Hazin,  que cayó en la BIBLIOTECA con una pata menos. Allí, Gala de San Juan, allí mil mariposas llenaban de luces de arco iris los cuadros de los ilustres petromacorisanos. Allí, allí desviví el misterio, y quedé sumido en el sueño del Este. Pero volví al Oeste, libando el halo invencible de la carne futura olorosa e imposible, junto al frescor de las zonas verdes, los sabrosos “bomseré” como frutas exóticas estimuladoras del apetito amoroso. Las esperanzas juveniles aún en cincuentones  estudiando, así como el incienso enternecido del ingenio en zafra cruzando la gran ciudad de canto a canto en las noches de espera, imprimían un aire apocalíptico a tu aire cosmopolita,  pueril.

 

Y heme aquí, Gala de San Juan, heme aquí. A la vera de tu sangre deslumbrante. “Vámonos, Poeta. Subiendo”. Los demás turistas nativos subiendo, felices y jubilosos, subiendo de La Azufrada, camino al bus. ¡En gira! El sol viajaba veloz. El ombligo del cielo, azul profundo...... Las caritas indígenas nos recordaron a todos las cosas de Artajerjes. Entonces no pude más que sacudirme de pronto aquella sal del mar entre sierras de Libertad, eterna.

 

¡Oh, si si si, Princesa! Como vos mande, Princesa, como vos mande.

                 

 

 

 

 

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