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CAPITULO IV, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

CAPITULO IV, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

IV

 

 

GALA ME CONTEMPLO enternecida, felíz y, mientras me zambullía una y otra vez, en la tibia agua perfumada de La Azufrada, me parecía que sus grandes ojos negros era la fuente morena donde me quitaba la sal del Lago Enriquillo. Una noria burbujeante, friísima, facilitaba el agua dulce a La Azufrada, cual pensamientos de Amor destilado entre sueños. Fue entonces cuando oímos  a Jerjes. Estaba a poca distancia, soliloquiando. Fuimos despacio, nos escondimos tras unos baratujales, y le oímos hablando solo, o con la amada invisible (hasta que luego subió a carcajadas locas con nosotros hasta el bus desesperado), decía estas locas palabras:

 

No sé, Montalba. Eras la vela de cera coagulándose en el pabilo desde el caldero de aceite caliente de la espera. Si no fuiste la salutación del alba desgonzada en la palma de mis manos, ni doy por cierto la hora exacta, y fatal, que hizo sangrar el tallo de tu germinación eterna a orillas de la fuente sombreada por mis barías de sueños,  y sobre el palo de sombra vuelven otras nubes viajeras cortando las figuras que te reintegran al mundo en el nacimiento del alba.

 


Entonces al día era cruel, como un tirano con sangre hasta en la saliva. Tú no entendías, Montalba, la flor del cayuco. No; eras muy tierna entonces, y no podías comprender esas cosas que llenaban el alma de angustias; y yo sólo saltaba las nubes de un niño, su caballito de palo de escoba.

 

Me dejé crecer el cabello y nadie fue más feliz que este par  de tórtolas ciegas que aún encarnamos. ¿Quiénes pretendían ponerme fuera de circulación, porque mis compañeritos del ensueño no eran de sociedad? Es cierto, no eran asociales como mi mundo de cagajón de burro, pero nadie fue más felíz que yo cuando me peinaste escondida a lo Voltaire. Así, ensortijado el cabello, no me perdí en el horizonte de risas que me llamaba; y aquí estoy, mi adorada Montalba, para tu delicia haciendo guardias en las puertas de tus cielos adoptivos, por tiempo indefinido.

 


Y no fue la misma historia; todas las mujeres, cual que sea su edad interior, son felices con quien cumple con el sueño mayor de una mujer: casa propia con hijos, bien amueblada, con su televisor a color, uno en la sala y otro en cada aposento, su inmerecido aparato de música, las neveras estupendas, su estufa que conserva caliente las comidas y tuesta las carnes suculentas, el microndas, el teléfono con extensión, inclusive celular, y las criadas seleccionadas por ella misma, ni decir del manejo global de la economía doméstica... Amén de la casa propia, la propiedad agrícola con casa de campo con vista frente al mar. Y tú, ¡Oh Montalba!, hija de Eva, como si fueras la última rosa del Edén, solamente añorabas mi alma con toda tu alma, ¡¡¡sí!!!, con toda tu alma; sólo conmigo soñabas con pasión enfermiza, aunque ninguno de esos bienes muebles o imuebles fuesen tuyos, o aunque la reproducción misma del género humano me fuese totalmente imposible por las cuatro esquinas de tu esterilidad...

 

Si no fuiste la salutación del alba desgonzada en la palma de mis manos, fue porque el amor, con una fuerza superior al golpe seco de la muerte, hizo un alto en el amor mismo, y destruyó sus corolas de ensueños en la fe de una lectura de tazas, y no quiso, cordojoso, verse caer hecho añicos como un espejo destrozado por un niño...

 

Oculta entre los árboles de espera, tendida en el prado de norias permanentes o de aves que te aplauden al galope de la yegua, como la luna llena cuando el sol la sorprende sobre la mañana, junto a la estrella polar; para tí la mujer tiene más que la virtud de la auyama, que nace con su flor....  y la flor tiene su hueco perfecto... y no casi siempre el hombre con su rabito de luz llena ese útero de gracia eterna. La felicidad inmerecida atrapará la eternidad de la rosa,  su perfume inmortal no puede escaparse del hueco de tus cielos de flor azul, ¡¡Oh Montalba! ! Eres esa paloma que parte los espacios infinitos, sobrevolando los campos reverdecidos de mi Esperanza...


 

Y no fue nuestra historia la misma historias de los otros.

El tiempo ha pasado, he procurado en vano la última rosa del mundo. Pero la última rosa del Alba nace, y muere, en tí, ¡¡Oh Montalba!!!, todos los días del mundo, por siempre jamás...

         

                     

 

      .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                               

 

 

 

1 comentario

betoilhhfp -

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