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CAPITULO V, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

CAPITULO V, DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

V

 

EL UVA SOY YO, a la vera de la respiración cálida que deja tu presencia en esta esquina edénica del Universo. Venir uno bordeando el Lago con esa calor de hornaza que nomás soportan las iguanas de cáscaras de caobas del sol de mil cuchillos huyendo a ojos cerrados entre cayucales adornados por los guasábarales sin nombres al pie de estos cerros de piedras y ¡de pronto! llegar uno a Las Barías éstas: así eres tú, Gala de San Juan, un refrigerio arrullante  que hace saltar las almas desde el infierno del calor hasta la mismísima presencia de Dios. El ritmo singular que escupen las sanas raíces savias centenarias de aquellas enormes barías formando cuando la fuente circular las va recibiendo en débiles hilillos de plata y piedras de nácar, formando una perfecta cascada al sur del círculo de concreto sombreado. ¡Sí! Ese ritmo singular te acuerdan a Paz, y me dices: “El sonido del agua vale más que todas las palabras de los poetas”, y te tiendes entonces sobre la gran raíz que


 sobresale de la tierra fresca de hojas y troncos y picaderas de piedras de  hielos bajo las mismísimas raíces,  y me pides la relectura del CANTO 2 de ALTAZOR. Miras a los niños que vienen a buscar agua fresca en galones, llevan los bidones plásticos y vuelven a bañarse junto a los mayores, juguetean con los turistas y empinan con ellos el codo; las muchachas en bikinis y tangas de seda , transparentes. Enloquecieron con la música del bar de Las Barías, picadas por el fuego entusiasmador de unos tragos de bambacú o cinco estrellas, cuando de algún otro néctar de los dioses nacionales. Y luego luego, cuando ya el tiempo satisfizo la parte más delicada del cuerpo, muchas de las ciguas de  palmas, vanse a sus casas aun cubiertas por las mojadas vestimentas de baño, luego de los grandes enjabonados y largos secados a toallas de sol. Otras vanse envueltas en anchas toallas o cubiertas por anchas blusas transparentes. Quedan atrás los riítos de cundeamor plateados que emergen de las raíces de las gruesas barías antiquísimas y que dan a la calle, o al busto del Padre de la Patria, o en los límites intermedios de las mismísimas barías. Y tú, Gala de San Juan, más hermosa que nunca en tus anchas bermudas, más la penca blusa de luto cayéndote magistral desde el cuello lleno de sangre hasta desplomarse más abajo de los senos poderosos en que amamantas el tiempo de las oraciones salvadoras, cual colinas de porcelanas acariciando un cielo de café caliente, contra el corazón!...

 


¿Quién más uva que yo, Gala de San Juan, a tu vera de márgenes estremecedoras? Eres atencionista, borinqueña de nobles sentimientos, de una presencia misteriosa que lo renueva todo, como ejércitos en guardia después de pleno triunfo del alma, o como árboles que ya traspasaron los umbrales del invierno y se viste de eternas flores. Esta vez he notado que HUIDOBRO ha vuelto a dejar garruñados , tus ambarinos ojos relucientes. De la relectura del CANTO 2 de ALTAZOR, como centellas del alma de noche, me has dicho, te han sobrecogido estos versos imperecederos: “Mujer el mundo está amueblado por tus ojos/ Se hace más alto el cielo en tu presencia/. La tierra se prolonga de rosa en rosa y el aire se prolonga de paloma en paloma”// “Al irte dejas una estrella en tu sitio”// “Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de oasis”// “Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña”// “Mi gloria está en tus ojos/ Vestida del brillo de tus ojos y de su brillo interno” // “Si tu murieras/ Las estrellas a pesar de su lámpara encendida/ Perderían el camino/ ¿Qué sería del universo?”. Y quedas pensativa. He vivido en tí ese dolor de otros mundos de tus misiones liberacionales, poniendo en pie de lucha a los arrabales del corazón, hasta quedar prisionera más allá de la frontera de la muerte. Porque no sólo del pan vivirá el hombre ni los pueblos de la Tierra. Y desvives, y crees y amas la Vida disfrutas la aventura de VIVIR, sobrevolando una estrella en tu sitio, un planeta rutilante que visto desde otros astros allenderos es una estrella rutilante  como tus pupilas de diosa de las colinas, más aun de noche con todos los faroles de la muerte de la metrópolis de las galaxias guerreantes.

 

--o—o--

 


La luna llena de las seis en el Oeste como una enorme brasa que se cubre de cenizas en la mañanita. El sol de las seis y media como brasa doblemente enorme que se enciende tras las montañas morenas. Se miraron así, de Este a Oeste, o de Oeste a Este, espléndidos, eternos, hermosísimos, redondos, perfectísimos, como si fuesen a enterrar al viejo canto del alma en vendimia. No obstante la lluvia a cántaro de anoche sobre las grandes extensiones de tierras baldías. La tierra quedará crecida en Panzo y en sus cañadas para las cosechas de este temporal. Lejanas palmeras de esperanzas, montañas al sur, montañas al norte, siempre secanas, ámbito de soledad.

 

Gala se había llevado la mañana junto al encanto de hermoso jaleo de sus encrespadas nalgas y grandes piernas bien torneadas y su rostro de amplia frente y de finas facciones, más esa penca cadera


fenomenal, como si llevase consigo la canción inmortal, la cascada recóndita que envuelve los esquineros del alma cuando nos miramos ante Dios con verdadero amor sobre la tierra. Entonces, estaba yo sumergido en las notas que guardaba celosamente entre las deliciosas páginas de Taras Bulba y se me vino al suelo al verte llegar a casa tras las ciruelas para consagrárselas a Dios en un irrepetible rito de conservas, y quedaron olvidadas para siempre aquellas notas angustiadas, no obstante Lisbelth mi otrora condiscípula de secundaria, rodaron junto al libro de Gogol, y no los recogí del suelo cuando me dejó sin respiración mirando la portada del texto épico, ni cuando aquel paso de hermoso jaleo de impresionante espejo de olas de ardores perennes perdióse con la funda de ciruelas en la diestra, sino que las recogí al instante mismo de caérseme y olvidé, nervioso, continuar la lectura de Taras Bulba; y no sé qué, un estado de fiebre alta me obligó a plasmar en la página blanca como copo de algodón, aquel permanente estado de felicidad en que me dejaste. Luego luego dí un último vistazo a las notas de Lis, y las volví añicos. Lo que de ellas recuerdo aquí, en la cabeza, o lo que permanece como luna diurna junto al brillo del sol eterno de tus ojos, Gala, es lo más importante. Y no sé, Gala,te digo, más o menos yo había pensado para Lis, estas palabras:

 


No creí que no me amaras, pero tampoco lo dudé. Nos habíamos amado tanto y tan profundamente que yo no sé cómo, para que sellara tu Destino,  me instruí  en el arte necesario para poder ganar al enamorado corazón indomado;  te entregaste como las abejas la miel después de un buen poco de humo de cuescos de coco; y así, al primer alanzamiento del romántico, quedaste rendida de amor. Después - Oh infausto - después!, -ósculos fue el vagón sin rieles de tu vividura. Diríase que aquello fue ventura para la desventura, tan la ligada la desventura a la raíz de tu nombre. Predestinado. Pudimos ser como un par de ruiseñores bajo la prisión sin redes de la emoción. Distintos e iguales, al mismo tiempo. Sólo somos dos sombras notables que la loca carrera de los astros trocó en una sola sombra, inmutable. Locos de amor, aún en tus manos de crisantemos volotean llenando mi triste habitación de mil pétalos marchitos. Y pensar en el hito en que llegó hasta mis oídos tu injustificado adiós, olvidando así las promesas recíprocas de amor eterno y fiel: no quiero ni retener para mañana el triunfo que me dará tu pérdida...

 


Ahora, el manto denso de la noche sin estrellas confunde nuestra soledad con lúgubre esencia de las cosas. Hace rato, cuando sólo la agonía de la tarde hacía que el Cosmos nos empujara a desvivir sufriendo separados, el ocaso del astro rey, más allá del salino Enriquillo y las sierras morenas y azules, entre los enormes parasoles grises y pardos, parecía un incendio lanzando sus postreros lengüetazos bajo una gran humareda. Las frías lenguas de fuego eran como una herida de muerte en los tibios costados del horizonte ennubarrado y cuasi opaco. Después la estrella polar brilló, también, oculta tras las sombras celestes y causalmente la Noche extendió definitivamente su inconmensurable mosquitero, devorando de una vez y para siempre el lago de sangre que, como consecuencia natural de aquella beligerancia de horizontes, fenomenal, desleíase en el mismísimo ombligo del enrojecido Occidente.

 

Cuando dejamos de tener la luminiscencia del sol y un cielo sin estrellas como este nos cobija, uno solo es plural, y unicente. Algo de uno anda, inexplicablemente, sin rumbo cierto. Entonces, bajo los rodantes monstruos de piedras que pasan y pasan dando túmbulos y retúmbulos por el firmamento, subyacente a las estrellas interiores cuya sonrisa diamantina e intermitente del otro lado del cielo se han quedado y, sintiendo en la propia carne y en el propio espíritu el nostálgico placer de desvivir muriendo separados en medio del valle del sueño, o encerrados entre sierras agrestes que más bien semejan una interminable hilera de féretros cabalgando que descienden del cielo a la tierra: nos convencemos “por qué” el hombre solo existe para el Amor y “por qué” cuando nos abandona la mujer con quien compartimos tanto amor, en un goce de permanente intimidad, la existencia cambia de color y sentimos como que no nos quedamos sino bañados por la aguas cloacales de la soledad imberbe y siempre inmerecida, cual dicotiledón sobre las sombras de muerte de allende mar del amor y después de habernos ahogados un día irrepetible... en sus olas eternas... y por siempre jamás! ¿Por qué has muerto; por qué has muerto ¡oh Lisbelth! en mi corazón?...


 

De regreso de Las Barías con el sol muriente sobre nuestras espaldas, no había que decir que el sueño es el ideal siempre  buscado. Porque ¿quién sabía cuándo íbamos a repetir una  jira como ésa, tan fenomenal?  Jamás. Subirse uno al Templo de Las Caritas Indígenas, a varias curvas de recodos de La Azufrada, donde hubieron una palabras de Artajerjes, recitando a Moreno Jimenes. Porque la brisa nos habría apedreado  apenas tomamos esa altura de Caciques invictos en cumbres de LIBERTAD a la vera de Las Caritas gravadas en las rocas grises y eternas de la Sierra de Neiba, y tratamos en vano de sacarnos la penca ponzoña de guazábaras de la brisa del Lago. Pero, al fin, nos extrajimos la astilla y ¡ven! ¿cómo aún el chorro de sangre salta, salta de mi corazón? Es como si buscásemos la sabia palabra del Altísimo, desde allí, desde aquella contemplación viva y delirante, mientras la primanoche vuelve con nosotros en sueños y contemplamos el último gran plenilunio del mundo desde el Templo mismo de Las Caritas, devolviendo los hilos conductores de nuestra Historia!...

 


Gala parecía venir viendo la luna grandota bajando desde las montañas hasta la flor tranquila de las aguas del Lago Enriquillo. Viendo las aguas rojinegras, tornasoladas, con amarillez de oro, cual espejo de mil arco iris. Y en el cielo de noche, como alas de palomas cubiertas por la plata de tus bellos ojos de mujer inmortal, venías viendo la luna redonda, en fin, soñando despierta con el último gran plenilunio del mundo.

 

Entonces tú, ¡Oh Gala de San Juan!, como si este fuese un sueño nostálgico y no la realidad de verdad, entonces te descubres perdida en el universo ambarino de otros ojos arribando ya a la ciudad de piedras y ¡de pronto! HUIDOBRO corre a tu encuentro. Pues “Mi gloria está en tus ojos/. Vestida del brillo de tus ojos y de su brillo interno”, y te espantas. Parpadeas. ¿Y qué he descubierto yo, ¡Oh Dios mío!; qué he descubierto yo sobre la veloz máquina del tiempo... viendo mis pupilas sentadas en el rincón más sensible de la mirada tuya, ¡Oh virtuosa Gala de San Juan! Oigamos a Jerjes, mejor:

 

¡Qué penca jíbara! Nomás has viajado pensando en puertorro. En Hostos. En la figura cimera de Julia de Burgos. En Los Tres Jorobados de J. Amy, o en Juan Petaca de Salvador Brau.




Pensando, ¡sí!, pensando en el nacional himno La Borinqueña y que desde el 1867 suple -¡sí!- la luz deforme, la luz deforme de tu cuerpo agonizante como un Cristo, alma de violín donde reina la armonía. Nomás has viajado pensando -¡sí!- en Baldorioty de Castro, en Julio Vizcarrondo, en Brau, o en Muñoz Rivera o en Muñoz Marín. Pensando en esos borincanos autonomistas, deletreando la Carta Magna y en esos jóvenes soñadores aguerridos luchando, luchando por puertorro desde lo ocurrido el veinticinco de julio del mil ochocientos noventiocho. Entonces destronóse el Imperio Español cuando Estados Unidos destronó tu Libertad y todo. Luchando - ¡sí!, - luchando por la inviolabilidad del español, hasta declararlo idioma nacional. Esos muchachos y muchachas como tú, ¡Oh Gala de San Juan!, ahora con dos idiomas oficiales, colmarán el coquí de nuevas aguas libertarias. ¡Viva Albizu! Has viajado entonando con Chevremont : “Canta la tierra mía en los cañares,/ devorada de verdes y amarillos,/ y en las blancas marejadas de azahares/ amanece nupcial, ebria de brillos”. Entonando con este poeta que es Momo: “Lengua inmortal que hablaron mis abuelos :/, un bardo triste tu hermosura canta./. Tú me recuerdas el amante arrullo/ de una madre infeliz; tú revives/ de mi niñez sin sol, vagos fantasmas;/ mis horas de placer, que fueron cortas/ mis horas de dolor, que fueron largas;/  mi titánica lucha por la vida,/ mis triunfos breves, mis derrotas vastas./ Lengua inmortal, idioma de Cervantes”. ¡Sí! Y salta tu corazón coquí talego de esperanzas y sueños eternos de Libertad. Porque eres, Gala borinqueña, ¡jíbara vieja, eres más hermosa que mis penas, ebrias de soles de la Abell 2029 y de esa minúscula gigante estrella, hermosa menor de las pesadillas que viviste ayer en la estrella Mu Cephei. Eres Gala, más hermosa que toda mujer para el bien nacida. Dios mismo no hallará otra sierva igual.... La nada de la nada, tuyo es el absoluto canto dos de Altazor, aunque un cristianismo marxista te involucra vanamente. Y todo es vanidad de vanidades. ¿Quiénes te han vituperado? ¿Las comunidades de bases teoliberacionales? Pero, ¿Qué hay más limpio, como se pregunta Paz, ¿Qué hay más limpio que una camisa blanca limpia? Tu conciencia inspiradora implorando justicia, libertad, y humanos derechos para la mujer...  Pero este cuerpo egoísta y comilón, hambriento de apasionadas caricias, está animado por una individualidad distinta, como el mundo adolescente o claro gris de los poetas. ¿Quién creen que soy? Se ríen, niños... Soy Altajerjes, Altajerjes Vallemar. Con mi fortuna construí, ¡Oh Esdras!, el Templo de Jerusalén, después de la destrucción de esta nueva gran  Babilonia. Yo, Artajerjes Vallemar, una enciclopedia, un ilustrado, marginado por la irradiación natural de su espíritu incorruptible; y por qué tengo que dejar que llegue el día en que apedreen mi vejez en cada esquina de muerte, y no saborear mi cuerpo yo mismo con  Le Cimetiere Marín de Valery y que nadie ha dejado de memorizar memorizando: “Como en fruición la fruta se deshace/ Y su ausencia en delicia se convierte/ Mientras muere su forma en una boca,/ Aspiro aquí mi futura humareda,/ Y el cielo canta al alma consumida/ El cambio de la orilla en sus rumores”. ¡Oh sí! Gala de San Juan os conocí hace poco y parecen siglos de amistad, y te quiero con todo mi corazón, noble hija de Dios, manzana de honestidad. Eres mejor que toda mujer para el bien nacida. ¡Ah sí! Deja los niños, Gala, que de sogas estaré mañana, ¿sí? No sé, busqué a mi hermano tu amigo Enoelio José y tuve noticias de él y ¡mira! hallélos en La Azufrada leyendo, leyendo a HUIDOBRO, cuando no “Los estados generales” de Bretón, o “Las flores del mal” de Baudelaire, mientras en la mochila hacían filas suculentas lecturas de León Felipe, Azorín, Unamuno, Bécquer, Neruda y tantos otros como Paz, Borges...Junto a estas flores de secundaria que aspiran las palabras finales de la jira inmortal, entrando ya a la ciudad del sueño, Gala borincana, flor de loto, consejera de los nuevos rostros que pueblan el mundo; libertaria, roca que se afila con el cielo y las noches sobre la eterna cima de la montaña, mira estas palabras. La madre Anacobera, de espíritu rectilíneo y de albos cabellos prematuros, ya  las leyó. Léalas tú, Gala, completa estas palabras finales de tu santuario, baja la luz de la luna llena con el mismo tesón con que has retado al Inglés defendiendo este idioma de graves palabras y esta identidad latinoamericana. ¡Oh hermosa Vieques bajo las bombas y prácticas militares! La Madre Anacóbera ya las leyó. Junto al cocodrilo que las inspiró para que no vuelva a tentar contra la pierna de un joven católico en jira inmortal, como esta que expira así: ¡Je sui felín, felín sur la térre!

 


Eran aquellas palabras de Jerjes en  La Azufrada como producto de una consciencia inconsciente. Recordaban a Moreno Jimenes como todo poeta de provincia... Bajo la luz de la luna llena que esplendía tras un cielo sin estrellas y cerrado de nubes. Tampoco fue bajo el espíritu de la luz de la bombilla de noche, debido al acostumbrado apagón de primanoche... Fue al espíritu de la luz de un foquito recostado del hombro tendido en el lecho de rosas crísticas. Aluzando las páginas gloriosas de Altajerjes Vallemar. Eran líneas de recia e inimitable caligrafía y exacta ortografía. Parecía estar leyendo “Burbujas en el vaso de una vida breve” del Apóstol de la Poesía. Sobre las grafías, acariciadas incoloramente por el espíritu de la luz del foco, tus senos poderosos como “Venus viva” apuntando al techo alto...  Entonces las leíste, una, dos, tres veces... Recitando despacio, del principio al final, recomenzando, recomenzando...


En medio del éxtasis me fijo que he traído tinta y papel. El sol se desliza lento sobre el Lago y las sierras, y abstraído el paisaje, aspirando el acre viento lagueño sobre una canoa averiada. El beso ritual de las palmeras y los cocoteros... apartáronme de los amigos. Allá, hambre ardorosa. Leñas. Gritos. Cielo mar obstruido. Aquí, sobre la playa cenagosa, un potro salta. Una gris muralla de cristal al otro lado del Lago. De este lado, los senos galopantes de mi segunda novia. Ya nadie podrá rehabilitar la Isla Cabritos. ¡Ay!  Si  yo lo hiciera con mis anhelos me quedaría aprehendiendo ante esta taína teodisea. ¡Ah! Me recuerdan estos seres míos que ayer fuí prisionero ardiente de los pezones de un buen discurso. He evitado ser un ermitaño predestinado al silencio, he escrito como fúsil del sur  entre rocas, he asido la calva moña del futuro de todos, y he  recorrido el mundo en la órbita de un electrón. Estos seres míos, empero, me advierten que una nube de luto cual la negra mancha en la frente del potro de leche, yace en el azur augurando mi postrera desolación, lagueña. ¡Ay!, mis ilusiones de embarcación averiada. ¡Oh, dedos suspendidos al acto, risa al viento, verso al paisaje, voz a la nada, natura suspendida al plan mortífero del Norte! ¡Oh, poetas! Yo tengo adentro un Universo tan auténtico al Universo, que muero de terror al dudar que siempre habrá poesía en el Universo aunque desapareciese el género humano! HUIDOBRO:

“Si tú murieras las estrellas a pesar de su lámpara encendida perderían el camino. ¿Qué sería del Universo?

 

Abandónanos sol que expiras por el occidente, como alma que remonta el vuelo, más déjanos con el azul en el mismo rincón de la pupila, despejado. En el principio...

 

Comprensión de lo particular es todo éxtasis infinito.

 


No estoy solo. El poeta es la música, la mangulina del espacio. Blasfemar es antihumano; prodigar, morir sin silenciar luego tras la verja luz de otros cantos inmolados. El potro, cual entusiasmado Platero imbuido en “no sé por qué cascabeleo ideal...”

viene a mí, y se espanta. Huye al rebuzno materno. Pero se asienta un cuervo y grazna; y un caimán me avisa que la comida ya está cocida, en tanto dejo en la canoa averiada la cosmogonía de mi auténtico cosmos, y no puedo.

 

Mejor sería volver en sueños a la Galaxia Abell 2029, o recitar no ya a Valery, sino a Rtusamhara o curso de las estaciones, de Kalidasa, ¿no?”

 


Apaste el  foco,  tus senos intocados por mano de hombre alguno, quedaron envueltos en la obscuridad del cuerpo sagrado. Frente al Cristo del techo. Y eras poeta, Gala, Gala de San Juan, eras poeta. Poeta de escrituras íntimas, pero poeta de vena poética. Por algo Vicente Huidobro volvió a tu encuentro y ALTAZOR te sobrecogió verso a verso. Línea a línea, con sus altibajos como la tierra misma. Evocando, evocando todo lo vivido, todo lo deseado en lo vivido, todo lo amado gustando el futuro redivivo. Verdaderamente. Desde la mañanita hasta el regreso, hasta las palabras finales de Artajerjes Vallemar. Llorando, vivamente, llorando. Entonces el sueño te sujetó bárbaramente. Al otro día, al regresar a aquellas actividades sublevadoras en esos poblados de palma real, de tejamaní y de lodo, al ver la tardanza con que llegabas y tantas mujeres esperándote, con hambre, con los labios cenizos, los senos caídos, desvestidos, y de vientres hundidos, y todas sedientas de un pan nuevo para amamantar con leche de Libertad a los nuevos pobladores del mundo, al ver ésto, apenas sí pudiste con tu sonrisa de luna llena animarles, pulcramente. Entonces, poseída de esa inefable gracia celeste que no te abandona, gritaste:

 

 ¡Hermanas, excusen hermanas. Me cogió el sueño anoche...    

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