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CAPITULO VII (FINAL) DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

CAPITULO VII (FINAL) DE LA NOVELA EL SUEÑO DE GALA

VII

 


OTRA SERIA, EN CAMBIO, mi suerte; yo te había conocido a tí, Gala de San Juan. No en una circunstancia como ésta, en que el novilunio de medianoche va friendo en la obscuridad de tus pupilas el huevo de vicio que los astros allenderos pusieron sobre esos cachos luminosos que ahora miran al invierno y llevan apuros de hacer reincidir la perenne rondalla lunar de nuestros impulsos interiores. La nueva luna pone de perfil tu delicada flor de lis, y no estaba asimismo cuando nos conocimos tú y yo. Ni en aquella noche cruel de mis primeros pasos en que, de rodillas al pie de la cama de rosas, oré a Dios, pidiéndole que me enseñase siquiera el rostro, nomás el rostro de la mujer con quien estoy llamado a ser feliz en los días precisos que sobre la tierra El me da, vez tras vez... Y ese miamo día, Gala de San Juan,  no sólo tuve los detalles exactos de tu rostro de eclipse solar y ojos de Virgen María, sino también la interpolación misma de la luna en el plano de arcángel entre el Sol y la Tierra. Sabrás entonces por qué no estaba asimismo la luna cuando nos conocimos tú y yo, y se me vino al suelo el libro de Gogol que yo degustaba bajo la fresca umbriedad de la mata madurando las ciruelas en la mañanita.

 

El firmamento desprovisto de nubes estrenaba un nuevo día con el sol de las seis y media recién acariciando las montañas y con la luna de las seis cuasi perdida tras las sierras y el Lago Enriquillo. Se miraron así, de Este a Oeste, o Oeste a Este. Espléndidos, Eternos. Redondos. Perfectos. En la mañanita. A pesar de la lluvia a cántaros de la noche anterior, me senté bajo la bombilla del traspatio a responder por las horas que más añoraba el Maestro Azorín. Las horas volaron con la misma prontitud con que despiertan sus diferencias una isla de dos alas.! ¡Oh Isla de aislamientos! Pensaba  yo entonces que sólo la obra de Dios habla de Dios, cuando varias lugareñas te trajeron a casa en busca de las frutas para consagrárselas a Dios en un irreprensible rito de conservas; y yo extendí la mano sudorosa no por empuñar las tristes


monedas con las cuales solía madre comprar la azúcar y el café, sino para sentir en mi corazón la ardiente efusión de los centavos calentados por la palma de tu mano suave y hacendosa y parece, al ofrecerme también amistad, que fuerzas extrañas doblegaron tu poderío femenil, o que una piedad que rayaba en la chulería te obligó a comprender en un santiamén  mis apuros sublimes.

 

El libro de Cogol  se me vino al suelo, de improviso, al verte llegar, al distinguir tu presencia de estrella de sueño hecha fruta en la mano, y no lo recogí después de todo aquello, después de verte  partir con tu hermoso jaleo de impresionante espejo de olas de ardores perennes perdiéndose con la funda de ciruela en la mañanita. Sino que recogí la novela al mismo instante, nervioso; pero olvidóseme continuar la lectura de Tarás Bulba, y fuí derribado por la estrella que cayó de tus formas de mujer hermosa,  atrapado por la mañana voluptuosa que moría en tus riberas y que contigo se perdía, envuelta en tu todo de delirante hermosura, un indescriptible estado sintiente eternizó entonces mis angustiadas páginas en blanco. Luego, como último guiño de luna con el sol, releí las notas de Lis, eran tristes y las hice añicos. He aquí empero cómo tú has permanecido llena de luz, sobre las nubes de plata refulgente, sola como estrella que preside al alba para otorgarme la capacidad del rocío y que al día despide envuelta entre rahelos eternos, rebeldes, como rosa de lo porvenir que morirá con el alba, dando a luz otras rosas eternas y mejores; no sé, sobre las talladas páginas, dije:                                      

 

Magna-Gala

 


LA ESTRELLA que ha goteado de tus formas

Hasta mis ojos de agua ardiente  de   lunas  con

(galletitas de sol

Rotuladas en las charcas iluminadas de sombras.

Emirato de amor ciego, éso soy yo

Sabe amar quien nació de las ruinas de las

(alturas

Que han descendido a la Tierra

Con el regocijo de la semilla santa.

Para tus manos de seda enrejada

Serán luz las sombras de la ausencia.

¿Y quién  osará libertarte.

Si no has sido lavada por la gracia pura

(que te converge?

¿Quién? Emirato de amor ciego

Estrellas en desplome, Emirato de

Amor ciego. Tengo que ser

En tu algo nuevo que reconstruye la Vida.

Emirato de amor ciego. Toda tu

Religiosidad se dispara

Pero la Poesía no me ha separado nunca.

Emirato de amor ciego

Espero que las aves de tus sueños

Picotéen en su vuelo de rosas


Mi corazón de pétalo dormido en tu regazo

(de Virgen María

En la noche esta hora de claridades,

(y tan sola

Que sólo el mundo te acompaña

(con todas las palabras

Que no se te ocurrirán para nombrarme

(más que esta de amor,

 Sobre tu pañuelo aromado

De verdad alegremente aislada y solitaria.

 

Emirato de amor ciego.

Una estrella de amor, éso eres tú.

Una estrella de amor, maravillosa y pura

Que se levanta como palma sensitiva sobre la tierra!

 


 

 

LEEME Tú, ¡Oh Gala de San Juan!!, la carta dispersa de la multitud porque yo muero sin vivir mi alma gemela...  aun sufriendo... aun viéndote... en mis sufrimientos... en mi tierra... lejos  del mar... y sus canciones... Sin aire cosmopolita, ven y quédate con tus rosas en estos campos de esperanzas. Entre todos los imposibles sólo queda el amor. Todo apocalipsis. Locura humana, excepto ahora, en este instante, cuando te amo. Es cierto. Soy como niño que recibe de tí enseñanzas bíblicas y al que aun no le has preguntado siquiera por su nombre ni por el nombre de sus padres. ¿Seré acaso el fantasma azul de hace siglos y cuya alma no has podido espantar con tus rezos del rincón donde habíamos sido tan felices, junto al Cristo  resucitado por las temblorosas mieles de la luz de la lámpara en la noche?

 

Otra ha sido,  Artajerjes, mi suerte; aun sobrevivo para la esperanza de Gala de San Juan: cuando los rieles de la angustia se tendieron al ocaso ululante de mis sentidos, cuando tú apenas me habías besado con tu luz de luna, y la boca diurna de mis  horas hacia las ensoñaciones de tus mieles viajaba, entonces yo hice  un amago de pupilas que el mundo entendió como premoniciones del tiempo., y hacia mis débiles alas de ángel recién creado corrió, y corrió sólo la noche, y mi corazón de tren sin sentido lloraba, lloraba como el mar, a veces. Lloraba desde todas las cosas que al hombre se las hace imposibles, estando entre sus manos. Era la sangre cristalina emergiendo de la roca inamovible del tiempo, y yo lloraba por tí, ansioso, yo lloraba por tí; y el viento rastrero que iba haciendo hileras de engañosas serpientes como las nubes vacías que se paseaban siempre rozando el gastado espejo de sus túnicas, temían al límpido brillo de mi sinceridad pura.

 


La noche toda corría hacia mi corazón herido.!Oh noche  cruel! Cuando la pesadumbre de tus sombras destruía la barca de mis emociones, fuí entonces como una libélula bajo los duros flagelos de los milenios. Con mis antiguas herramientas y aprehensiones volátiles como las hojas en las férreas manos del otoño, aprendí la eternidad de la vida subyugada por mediócritas montañas de piedras. Sin embargo allá, en el fondo sin final de la muerte infernal, aun estabas contra mí, contra el frío de pétalos dormido de mi alma candorosa. Entonces... Entonces... oh noche cruel... telúrico lago de fuego que nos oculta las estrellas del ser con sombríos vagones... Entonces yo deambulaba como muerto por un  mundo de rieles angustiados y obligatorios,  andaba queriendo vivir mi alma gemela,  andaba llorando este Amor, Gala de San Juan, y desvivía obligatoriamente con tu Amor a cuestas; y veía al mundo del Amor trocado en un largo silencio.

 


Entonces, bajo el palo de sombra de todos los días, el silencio fue mi primer amor en la tierra, porque yo había nacido para amarte con el secreto lenguaje de Dios sobre los mares de luz de la canción eterna. Mis padres son, o serán lo que son. Dos viejos labriegos del Espíritu Santo que con sus sudores también abastecen el mercado del mundo. Obraron hasta otro nuevo testamento de savias y oraciones y floraciones sempiternas. Allí, después del ciclón devastador, jugando, solo, sobre el lomo de un pámpano de vívere derribado sin piedad, o en los anchos salados de palos de leñas de cambrón, o perdido en los horizontes de muerte tras un tindío escapado de padre entre los charcos de gallinas de agua hasta alzar vuelo, allí intuí de niño cómo el hacer que jamás justifica el obrar es uno sólo desde su periferia ejecutora hasta el adorable regazo de la tierra-madre. Allí fuí todo amor. Premoniciones del tiempo. Y ennegreció el cielo. Empezó a romperse el cascarón del mundo desde las primeras tronadas ; el hombre se re-ligó en mi palabra y mi casa no era ya solamente mi casa, sino un gran hogar sin paredes en sus horizontes, ni techos en  su infinito de magistral sepia.  En esas visiones anhelantes como mariposas del sueño los truenos templaron, libertaron las dimensiones de la vida que alimentó el trabajo crístico y mayúsculo de quienes nomás han vivido en pureza... Mas sin emargo la niñez y la juventud son tan sólo un accidente de astros allenderos...  Entonces llegas tú,! Oh Gala de San Juan!, amor de amores que revelado me habías sido. Tal cual eres. ¡Oh, sangre cristalina emergiendo de la roca inamovible del tiempo! Y yo, yo habría de buscarte, llorando, yo habría de buscarte por doquier con mi amor a cuestas;  el amor del  mundo era el mío, y yo era el mismo Universo que, secretamente, sobre la ardiente palma de tu mano suave y hacendosa, esperaba para el fruto la eterna maduración de la flor, como antinomia del ser.

 


He aquí empero que recién amanecí cuando amor era floración al mediodía. El alba estaba desde el tallo a la raíz, desde  el alumbramiento hasta la inmortalidad del perfume. El hombre-poeta, así estremecido, sabía su dignidad en cuarto creciente. Pero la corona blanquecina era inconmensurable. Dentro del círculo cósmico, dos estrellas distantes, y un aura lunar, me sabían más del  porvenir en aquella aptitud ínsita. Y todo, hasta lo feo, a mis ojos, si poseía ese hálito de espiritualidad, era más bello aún, y vienes cual Virgen María para que yo te ame, locamente, cuando nomás os ruego que me leas la carta dispersa de la multitud. Padre me puso a existir, cuando me dijo: “Hijo mío, prepárate para la vida; debes resistir las pruebas, y vencer las tentaciones”, y un ángel de luz me ha revelado que tú no has venido para ser ni una prueba ni una tentación. Y es más: no has venido. Gala de San Juan, no has venido. Sino que te ha traído este amor de amores, este hogar que ha dejado de ser mi hogar para tornarse en la casa sin término del cosmos, lagrimeando en los ojos  de la eternidad.

 


Otro fue tu infausto destino, Jerjes; mira el llanto que he sobreseído poniendo los codos sobre las sierras, ciega esperanza de vendimia de desvelos, tierra que pisa el niño en medio de las plenas y la polvareda que levantan los hombres haciendo el surco, o las altas laderas de piedras con acróbatas críos caprinos, o la dulce barranquerita de frío nido vaporoso de algodón en tus narices de regolas húmedas con sombras de pequeños vegetales y de limoncillos o de matas de mamón o caimitos goteantes de frescura en sus orillas, como tu pupila de tórrida sonrisa después de un buen poco de alegría y de chascos marinos. ¿Quién me ha traído este día  sin luz, sin agua, sin manzanas, y que es una mortaja inconmensurable de mañana a tardes de lágrimas de acacias? ¿No has sido tú, Gala de San Juan? Lo sé, cuchareando tu caldero de nido de hormiga en hileras de furias, y este amor trascendente que me anega con su zumbido de abeja en cada estremecimiento inequívoco, no puede darme una resolución distinta a ésta: “Te amo”, y mi amor se va contigo porque pondré esta greca al anafe de brasas encendidas de tus manos;  y la naturaleza como sabia abeja prodigiosa la hará saltar del anafe justo con esta instantánea palabra que te digo: “Mi amor, amor” y ves cómo queda sin embargo en la greca un sorbo igual al último granito de azúcar que nos queda sobre el esquinero del mundo. Y pensaré nuevamente en tu amor, Gala, y continuaré,  a contra vientos y mareas, amándote, Gala de San Juan, porque eres como el mar en cuyas playas las olas hablan en plural,  y  hallaré ciertamente ese algo nuevo tuyo que reconstruye la vida con otra resolución inequívoca, continua y a título absoluto y amoroso alcanzando tu boca rosa: Tengo  que dejar sobreseído el llanto.

 


Tengo que dejar sobreseído el llanto. Me acuerdo como ahora en que el tiempo vuelve a detenerse a tus puertas eternas. En uno de esos empujes del alma, que tanto aturden al corazón sufrido, escribí una frase sobre una hoja verde en el campo. Luego en casa fue explicada la frase por una sucesión de frases inexplicables hasta quedarme paralizado. Agónico. Demolido. Loco. Era la última palabra gris que, a su vez, era la génesis. Realmente la palabra-verbo no hubiera tenido ninguna significación como parte in-fine de los  otros vocablos sucediendo a aquel silencio de trágicas mariposas de julio en aquella sucesión invisible, si no hubieran consentido el pronunciamiento de tu nombre de envolvente virtud, Gala de San Juan; y ya tú sabes, Gala, cómo habrían de venirse concurriendo estas otras frases de acacias cueciendo la noche?

 


¡Qué providencial me has hecho tú, Oh Gala de San Juan! Todo ha podido quedarse en un poema, como el sueño que nos oprime y luego el alma, estremecida, no recuerda. Todo pudo haber sido conocerte, y olvidarte. Amor me ha hecho dolorosamente distinguir distancias. Desvivir el ensueño. La nostalgia de vidrio cortante que es la vida. Impresionado siempre ante la virtuosa mujer del Rey Lemuel, no he desoído estas palabras aisladoras y definitivas  con las cuales me has apedreado.

 

Yo vivo casada con Jehová Dios de los Ejércitos, Alma de mi Alma, lana y lino lejanos para mi mano voluntariosa; me he casado con Dios, y sólo a El pertenezco, ¡Señor mío!

 

En esas palabras tuyas estará la conformidad de mis días terrenos o la salvación de la velita del alma que nomás espera el reino de las sombras para entregar su luz de esquinero roto. Creo podría yo buscar en tí aquello que la mano de mi padre dejó de darme, y que no he dejado de recibir de  la mano de mi madre,  bienaventurada. Y es que el amor, Unico y Supremo en su Justicia y Equidad, ha hecho nido sobre el perenne juego de tu piel, y en mis tormentos de huracanes, sólo a la Unidad me convocas para luchar por una sola Libertad, de todas las que nos quitan día a día. Locura humana. Apocalipsis. ¿Cuánta Libertad imposibilitas, Alma de mi Alma, blanca paloma mía cortando los aires libres de mi respiración celeste? Y he aquí que te amo ante Dios, sobre todas las cosas, con tu rectilinidad y tus humanas locuras poniendo en pie de lucha los arrabales del corazón!...

 


 

Me hubiera gustado tener otra suerte, aunque no precisamente la de Artajerjes, que ahora está en el fondo del abismo. En el fondo del absorbente hoyo negro de la tierra, sepultado por el derrumbe de la casa en tinieblas. O quizás estaría de tránsito con mi corazón de nube y sólo estuviera con las sombras y milenios de silencio, si Artajerjes hubiera sido yo. Pero no, yo soy este que soy, y mis sueños aun son otros y mis pesadillas son tuyas, ¡Oh Gala de San Juan!, porque tú eres la que vive en la ciudad del amor, en donde no se precisa de la luz del sol ni de la luz de la luna, o en la futura alba  de esta invasión poderosa  del sol sobre las montañas del oriente.

 

Cuando Vellamar te llamó jíbara vieja. Más hermosa que toda mujer para el bien nacida. Cuando tu voz melodiosa y suave me  condujo a ver con los ojos de luz la ciudad del sueño. Entonces mis ilusiones de lagartija imposible, hacía que el cuerpo de la casa en penumbra fueran más inmensos que el quicio inconmensurable de la  puerta del cielo. Y recibí de tus propios labios la noticia terrible. Con el beso de despedida,  me arrojaste la noticia de que te  ibas de viaje. Seguirías sobrevolando esta estrella en tu sitio latino, y partías de traslado hacia otro país. O no sé, a Puertorro, a confirmar tu casamiento con Dios. Cuando sus ángeles  de abandonaron como a una niña huérfana, qué encontraste aquí después de tu sacrificio en Haití...  ¡Ah, la calumnia! Entonces me confesaste, diciendo: “¿Por qué no te conocí antes de mi misión a Haití, donde fui prisionera del general Cedrás, abandonada y huérfana de apoyo internacional? ¡Tengo que partir, alma de mi alma, lana y lino para mi mano voluntariosa! Debo decidir mis votos”. “ Tu vocación es el amor, Gala de San Juan , el amor”. Te amé desde el momento en que te oí decirme : “ Yo soy esta que soy; soy Gala de San Juan. Sólo amo la Vida y la Ventura de Vivir. Lo que importa es lo que queda aquí, dentro del pecho, o aquí, en la cabeza, ¿no?”. Entonces lloré, lloré amargamente, horas  enteras, tirado boca abajo sobre el lecho de espinas, hasta que quedé  dormido lloré. Profundamente dormido, fue entonces madre quien me desvistió luego, como a un niño enfermo.

 


Permanecí de ese modo mucho tiempo durmiendo. Desde antes de verte caer, ¡Oh Artajerjes!, al abismo de tu casa en derrumbe. Y yo te vi caer desde el filo de la lunita, y te salvó en vano el novilunio en medio de la noche cósmica. El Universo es como un caracol entre incontables caracoles infinitos y eternos. Una luz intensa casi me quemaba las pestañas. En medio de aquel sueño nostálgico, creo que yo conservaba cierta lucidez. Diríase que dormía con un ojo a medio pestañear en medio del cosmos, o que pude escaparme de los confines luminosos de las constelaciones. Lámpara en mano, de cama en cama, de hijo en hija, hasta llegar, finalmente, adonde mí, madre venía matándonos los mosquitos dada la vejez de las colgaduras de las camas. Apenas levantó el mosquitero por un canto del lecho, cuando me vio convulsionando. Gravemente. Sorprendida, quiso gritar o huir o morir, o qué sé yo, mejor imploró una solución. Entonces escuchó la divina voz del encendido pabilo  de la lámpara cuyo gas también llegaba a su fin, que le dijo:


No, Mujer, no. Si despiertas al muchacho llamándolo por su propio nombre puede que no regrese al mundo de los vivos. No, Mujer; tiene pesadillas el muchacho. Convulsiona gravemente. Desde hace tres cuartos de horas. Una muerta lo aprisiona. Entonces ven, quítate las manos de la cara y no llores más, pon la lámpara esta sobre la mesita de la peinadora, y agarra al muchacho con fuerzas, por los pulgares de los pies. Y llámalo, llámalo por otro nombre pero que se le equipare, en voluntad centrípeta, al suyo; y verás, Mujer!...  

 

Para una Madre la sola idea de perder uno de sus hijos, es una circunstancia dolorosa, atroz. Por eso madre agarróme con una desesperada rudeza por los pulgares de los pies. Fue entonces cuando alcancé a ver dos  estrellas fugaces que se desprendieron a un tiempo del estrellado cielo y en la misma esquina de la noche alta y constelada. Madre me llamó, me llamó, sobre todo al oírme en plena inconciencia, diciendo: “Señor, ten piedad”, “Señor, ten piedad”, “Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, aquí en la tierra como en el cielo, el pan nuestro de cada día dánolos hoy, perdona nuestras ofensas como nosotros perdónamos a quienes nos han ofendido; no me dejes caer en tentación, líbranos del mal, amén”; y es, entonces, cuando hace la indicación salvadora de la mecha reseca de la lámpara de gas, gritando:

 

Artajerjes!        Artajerjes!  Artajerjes!  Artajeeerjes!

 


Como nadie se espanta el sueño en un abrir y cerrar de ojos, no fue sino cuando me interrogó por tercera vez: “¿Qué fué, Enoelio José, qué  fue?”, cuando pude explicarle a madre todo lo soñado. Todo lo vivido en lo soñado. Sobre el borde del lecho de rosas. Sudoroso. Madre no pudo más que volver a llevarse las manos al rostro de Virgen María, haciéndome saber: “!Ay, Dios mío! Enoelio José! Debiste lavarte primero la cara, o contárselo a un palo verde para que lo absuelva, antes de contarme esa pesadilla.. ¡Ay Dios mío!” En el levante una estrella refulgente como ninguna otra bendecía al nuevo día. Se apagó la lámpara por la falta de gas, pero el cuarto clareado por la entrada de cristales rotos del alba que nacía en el pico de luz de los gallos del ensueño.

 

Es verdad que no entendí nada en absoluto. ¿Por qué debía uno lavarse la cara o contarle a un palo de sombra el sueño de muerte, antes de contarlo a otra persona? El alba, como una rosa desmayada, en la claridad lánguida de la casa en penumbras. La vida, en verdad, pienso yo, Enoelio José, es como quien lava y tiende. Madre y yo nos quedamos llorando. Abrazados. Llorando mariposas caídas en las jurunelas de julio, viendo la lámpara que humeaba sola por la falta de gas. Entonces seguí viendo el rayito de luz solar que se filtraba por una de las rendijas de la puerta de tablas, haciendo algo así como una escalerita luminosa y circunspecta con el polvillo de sombras huyentes y que subía, subía al cielo cuyo espíritu ha sido libertado ¡de pronto! del negro tapiz que ahora cubre el mundo por esas calles del Gran Maestro.

 


Madre y yo nos quedamos llorando, abrazados. Una nube en cruz en medio del alba, sobre las montañas, como si Montalba hubiera venido desde el más allá a recibir tu alma, ¡Oh Jerjes!, estremeció la ciudad en tinieblas. Empero, el viento que viene del Lago Enriquillo y baja a la ciudad del sueño desde la Sierra de Neiba, y anda por esas calles mostrando a todos el telegrama sin fecha del grito al cielo como copo de algodón, justo con el nuevo día de mágica escarlata que aún se recreaba en el cancionar de los eternos gallos del ensueño, tiró por la rendija de la puerta de nueva luna en la casa  sacudida,  ¡Ay ahora!, por otro temblor de tierra, la noticia inesperada:

 

Se matóoo .... Artajerjes!  Artajeeerjes....  see... see matóoooo!.

 

 Y entonces, doce hora después, precisamente a la hora del sepelio de Jerjes,  llovió a cántaro: y yo, ¿qué decir?, esa tarde lluviosa, de regreso del camposanto, me aguareció bajo su paragua el amor de mi vida, como prueba que al fin y al cabo los que nacemos aquí, en nuestra tierra, somos también los unos para el otro, que nadie nace sino para el amor. Nos amamos y luego somos. Un año después dio a luz a nuestra primogénita, para mi felicidad, como un definitivo cruce de caminos, ¿no?...

 

Fin de la novela Un Sueño de Gala.

 

NEIBA, prov. Bahoruco, R.D.;

Febrero/1990.-      

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