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VERSOS A MI HIJO ISAAC

VERSOS A MI HIJO ISAAC

 

Hijo: no pongas este confuso mundo

sobre tu cabeza de rey moro herido por los reflejos

de los cascos de tus caballos

en la arena del desierto interior de tu planeta de agua con fuego

y vegetaciones que salen de las notas que cantan los ángeles;

sé solo una piedra grande en el costado de la montaña de vida,

y no temas caer un día en el abismo

que inclina sus sombras sin raíces a tu vera.

 

Hijo: el milagro de tu nacencia es superior al mío.

Soy un poeta ciego que ve con los ojos de Dios.

Nadie puede decir como mis pupilas viradas hacia atrás,

pueden aprisionar la luz rectísima que llega a mis retinas.

Nadie puede saber cómo veo con los ojos de Dios.

Cuando duermo mis ojos de polvo cósmico

han viajado tan lejos que muchas imágenes

que nos trae la NASA yo las he tocado con mi retina de astronauta. 

Yo no sé por qué la idea de la muerte

no me asusta cuando está ante mí,

como tampoco nadie sabe por qué  tiembla dentro de mí algo

que no pudo viajar a esas regiones celeste

que solo puedo ver mientras duermo.

 

Hijo: pon tu cabeza en un costado de la montaña del mundo,

a un costado, bajo el corazón de un antiquísimo baobab,

como la herida de Cristo en la cruz. Eres el milagro,

y un hado milagroso agrandará las líneas de tu vida,

alargará las flechas de tu corazón,

y tu amor será una espada invencible contra las sombras.

En tu nacencia, un médico inmundo aprisionó tu nuca

y sobreviviste, aunque la segunda vértebra de tu cuello no creció.  

Otro médico iba a halar tu cuello, pensando que se trata de  tortícolis.

Entonces llegué yo y dije que no, que primero había

que hacerte una tomografía, y tu madre,

 por primera vez en la vida, me apoyó. Sobre el balcón

de la segunda planta de una multifamiliar, quisiste de alegría volar,

al verme a lo lejos, y una vecina corrió, y te salvó. Y no me digas

que quieres ser enterrado junto conmigo, cuando yo muera.

Hijo: ni siquiera venganza procures contra los

que con o sin razón  me odian.

Pon tu cabeza a un costado de la montaña de este confuso mundo,

y desde allí sostenga de soslayo que otras rocas como tú harán lo mismo.

 

Hijo: yo sobreviví a muchos golpes que la vida me dio.

Nunca procuré vengarme. Sólo miraba al Sol, siempre al Sol.

Dios me dio este canto de poeta ciego que puede ver 20-20,

para que gane la montaña del cielo, y la vida del más allá.

Únicamente defenderé el planeta de los grandes océanos

de los meteoritos girantes que vienen a obscurecerlo todo

con sus bombas de muerte, y guardaré la raíz del árbol que es vida,

que es esta misma vida mía que tienes en mente y que late en tu corazón, Hijo mío.

 

Hijo: Mirad, el Sol, el Sol, Hijo, Dios, el Sol.

 

Barahona, 2008.

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